Uno de los marcadores del potencial recorrido de un movimiento social es su configuración como cultura. ¿Hasta qué punto tal movimiento es una cultura? ¿Hasta qué punto las cripto configuran una cultura? La respuesta a esta pregunta nos lleva a hurgar en aquellos procesos culturales a los que se parece y, para tomar identidad propia, de los que se diferencia. Entonces llegamos a los hilos que unen y separan a la cultura cripto con la contracultura. Con esa gran transformación cultural que aconteció en occidente sobre los años sesenta del siglo pasado. Eso que cambió todo y de lo que nos hemos venido culturalmente alimentando, especialmente gracias a lo que se empezó a llamar la industria cultural. Históricamente resulta paradójico que la industria cultural naciera con un movimiento que se bautizara de contracultura. Desde entonces, con ella estamos, con algunos productos auténticos y muchos sucedáneos.
Criptocultura
No es fácil condensar la contracultura en muy pocas líneas. Experimentar con drogas, gurús de distinta estirpe (Tim Leary, Philip K. Dick) y, sobre todo, música. Mucha música, que es lo que mejor sabía gestionar la industria cultural, apoyada en un creciente sistema de medios de comunicación masiva. Contracultura con Dylan como genio y los Beatles del Sargeant Peppers como fondo. Y una causa, la de Vietnam.
Tokenización y estilo de vida de las nuevas clases medias globales
Había un impulso salvífico. La contracultura contenía un relato de salvación: los tiempos están cambiando. Había que cambiar el mundo. Y si no se cambiaba el mundo, al menos se cambiaba la manera de verlo, con ayuda de las drogas. Salvar el mundo o, al menos, salvarse uno mismo construyendo mentalmente otro mundo. Se intentaba hacer realidad la ficción, estando ambas claramente separadas.
Lo cripto surgió entre cierto aire de contracultura. En común, el concepto de comuna. También un enemigo común, del que la propia contracultura empezaba a sospechar: el Estado. También está la conexión a través de la ciencia ficción. Con la contracultura, la ciencia ficción se erigió en un género respetado. Muy propio para situar experiencias alternativas, que ponían la realidad entre paréntesis.
Vitalik es el ejemplo
La ciencia ficción ha servido de puente. Y esto es todo un signo que reta a sofisticados semióticos. Buena parte de lo que vivimos se ha alimentado de la ciencia ficción. Un género habitualmente de pobre escritura, de calificativos llanos… donde la imaginación y la reflexión antropológica sobre el mundo se impone al oficio de escritor, en el mejor de los casos. Cuando no hay imaginación, ni reflexión, es directamente insoportable.
Tokenización de bienes y la necesaria criptoculturización de las clases medias
Poco a poco fueron desarrollándose las prácticas cripto. Sin apenas una conciencia de ser una cultura, una identidad. Se constituye como un hacer. Incluso el concepto de comuna va tomando otras características distintas en el mundo cripto. Ya no es la comuna regresiva de la contracultura. El contexto social, político, económico y, sobre todo, tecnológico es distinto. Ahora la comunidad se constituye a partir de individuos hiperconectados. No es una abandonada zona rural, para ejercer un místico primitivismo. Los componentes más activos y distinguidos de la criptocultura están lejos de ese ascetismo eremita. Viajan de un sitio a otro. Vitalik es el ejemplo.
¿Hay una criptocultura? Si enfocamos la producción artística, como epitome de la cultura, como su sello, difícilmente puede hablarse de criptocultura. Apenas hay criptoartistas. Están en los NFTs y poco más. Claro está, dejando a un lado los proyectos culturales que se financian por la vía de la tokenización. Pero esto es otra cosa.
Si lo que enfocamos es un estilo de vida, una forma de hacer, la cosa cambia. También la cosa cambia cuando nos detenemos en el esfuerzo por dar solidez societaria a lo que hacen. Por reconocerse. Esos encuentros multitudinarios alrededor de sí mismos en puntos como Miami Beach, donde se ha celebrado recientemente la Bitcoin Conference 2023.
El estímulo está en la cotización
En el estilo de vida, el estímulo está en la cotización, no en sustancias alucinógenas con las que se pretendían experiencias religiosas. Es algo del instante. No hay trascendencia. No hay salvación. Es más, aparece marcado por los dominantes relatos apocalípticos. Invierte tus ahorros en el ahora de las criptomonedas, pues mañana puede ser demasiado tarde.
Estreno de Bull Run, 1ª película financiada con tecnología blockchain en España
Invertir en algo en lo que muchas personas no creen. Dicen que es mentira, que es un cuento, que es ficción. Que no existen. Se invierte así, porque estas resistencias hacen mella, en algo que tiene difusas las fronteras entre realidad y ficción. No como en la contracultura, que hacía ficción y narración para cambiar el mundo. En el mundo de la criptocultura, conviven mezclados, sin posibilidad de distinguirlos, realidad y ficción.
El doblez de la contracultura lo pudimos ver, años después y con la distancia que dan estos, en la magnífica película: Forrest Gump. Una sociedad que corría detrás de líderes que parecía que iban a algún lugar, cuando lo único que querían es correr.
Bull Run, la película
Ahora los tiempos están más acelerados, como apunta el místico sociólogo Rosa, y tal vez no haya que esperar tantos años. Eso sí, sigue siendo el cine el que pone ese doblez. En España lo ha puesto la película Bull Run, dirigida por Ana Ramón Rubio y producida por Juanjo Moscardó. Tal vez por primera vez en el mundo. Más allá de ser una película que ha podido hacerse porque ha utilizado la tokenización como instrumento de financiación, el producto es lo que importa. Un magnífico retrato de la cultura cripto, desde la cultura cripto.
El estado de las criptomonedas y las criptomonedas del Estado
Una película que dibuja una sociedad bastante desorientada, que desconfía de sí misma y, por supuesto, de líderes. Desconfía tanto que hasta los criptoadictos desconfían de las criptomonedas y su cultura. Es un simulacro, con la clara conciencia de ser un simulacro.
Algunos podrán pensar que esta relación en clave de simulacro con el mundo ya estaba. De hecho, hay magníficas obras que así lo señalan. Entre ellas, la singular biografía que el escritor francés Emmanuel Carrère hace de Philip K. Dick: un esquizoparanoico. Otra, The Tourist Gaze, de John Urry, por no hablar del gran Baudrillard. Pero ahora el simulacro ha entrado en otra fase. En otra dimensión. La simulación y el juego entre realidad y ficción se insertan en el centro. En Bull Run, el hacer una película se convierte en película. El hacer ficción se convierte en realidad. En una ficción que cuenta que la ficción tiene efectos reales. Algo muy distinto al viejo “traer a la ficción la realidad”.
El metaverso: la vida deseada en el internet de blockchain
La pasión del instante
Lo que buscaba la contracultura era la síntesis: de religiones, de culturas, de drogas. Se plantaba como síntesis de la cultura planetaria, con bastante influencia oriental, de los anteriores 20 siglos. Lo que parece buscar la criptocultura es fragmentación digital de la vida, de los instantes, antes de que se volaticen. Es la pasión del instante. La desintegración de las cosas y su descomposición a su última unidad, aquella que le facilite fluir por los mundos virtuales y sus mercados.
El metaverso son las nuevas redes sociales
El símbolo de la contracultura era la carrera, como en Forrest Gump. Aunque fuese una carrera hacia ningún lugar, se creía que se iba a algún lugar. El de la criptocultura es algo más específico: el sprint. El sprint continuo. Como si la carrera ya se fuese a acabar y hubiese que tomar posiciones. Su lógica vital es la de la volatilidad, por la que los inmersos en el “hodl” no pueden parar de mirar los gráficos en su teléfono móvil, como dibuja Bull Run. La volatilidad es su atractivo. Volatilidad de los empleos, de las relaciones sociales y afectivas. Volatilidad del mundo. Volatilidad de la vida. La criptocultura no es sino la encarnación del tiempo que nos ha tocado vivir.
Las criptomonedas pueden ser una estafa
La carrera de la contracultura acabó en la matanza de Cielo Drive: 9 de agosto de 1969. A partir de ahí, lo que se mantuvo fue la industria cultural. La criptocultura acaba de empezar. Pero tengan cuidado con el verano y los trastornos que produce el sofocante calor. En cierta forma, puede decirse que la contracultura fue una gran estafa, de la que carecían de conciencia sus usuarios. Tal vez las criptomonedas sean una estafa, como no se cansan de decir nuestros viejos (Gates, Buffet); pero sabemos desde el primer día que pueden ser una estafa. Como la propia vida. Ante tal situación, hay quienes prefieren volar con la volatilidad de las criptomonedas.
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