Gaby Goldberg, del metaverso TGC desarrolla una interesante reflexión sobre el significado del metaverso como un paso más del traslado de la vida a internet. Para ello, compara el mundo de los metaversos con los que se configuran en sitios o aplicaciones como Myspace, Facebook o Instagram. Sobre los dos primeros, dice que su lógica práctica es la de conectar amigos que lo son en la vida real. Por su parte, la de Instagram consiste en compartir fotos tomadas también de la vida real. Es decir, la vida real sigue estando ahí. Eso a pesar de que, como subraya, cada vez tenemos menos experiencias en la vida real y éstas más se nutren de nuestra vida virtual.
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El metaverso e internet
Nuestras vidas han emigrado a internet. Es aquí donde resolvemos nuestras dudas, exponemos nuestras reflexiones, nos unimos a comunidades e incluso hacemos amigos. Es decir, ya no se trata de que llevamos o veamos a nuestros amigos –originados en la vida real- sino que, como vaticinaba Howard Reingold hace una veintena de años, creamos nuestros amigos en internet.
El propio Reingold, en los capítulos finales de su libro The Virtual Community, describía los esfuerzos por tener reuniones reales por parte de los miembros de la comunidad creada en internet. Nuestro hogar, nuestra vida, empieza a estar más en internet, que en la supuesta vida real. Es más, siguiendo ahora las propuestas del inagotable Baudrillard, la vida real parecía quedar como un simulacro necesario al que hacía referencia la vida virtual.
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La pandemia
La pandemia ha dejado huellas evidentes de este paso. Tal vez una de sus consecuencias sociales más relevantes es el haber empujado la vida social hacia internet. Pongamos el caso de las reuniones de trabajo. En el principio de la pandemia, teníamos reuniones de trabajo con personas que conocíamos. En buena parte, eran nuestros compañeros, con los que periódicamente nos reuníamos en los centros de trabajo. Eso, aunque tuviéramos que trasladarnos de un centro a otro, cuando se encontraban dentro de la misma localidad. No se nos ocurría hacer reuniones a través de internet, si apenas separaban unos minutos de traslado los lugares de trabajo de los asistentes. Sin embargo, según se ha ido prolongando la insistencia de la pandemia, no sólo se han institucionalizado las reuniones laborales por internet, sino que se han incorporado nuevos compañeros a las mismas, sin que previamente hubiéramos tenido encuentro presencial con ellos. Nuestros nuevos compañeros, socios, colegas profesionales, clientes o proveedores son ya enteramente virtuales: desde el origen.
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En el metaverso, hasta nuestra apariencia es ya enteramente virtual. También las relaciones que hagamos y las historias que vivamos. Son digitales desde el principio, hasta el fin. Son auténticamente digitales. El metaverso es un ecosistema donde pueden crearse comunidades y, lo que más me llamó la atención desde el principio, donde la gente puede hacer realidad sus sueños, sus deseos. Como investigador social del consumo, me he pasado buena parte de mi vida profesional intentando captar, registrar, analizar e interpretar los deseos de las distintas categorías y posiciones sociales.
La vida pasa en internet
Con el metaverso, se me abre un escenario de observación maravilloso: un cuadro donde la gente proyecta sus deseos, la vida deseada. Ahora bien, ello parece exigir la reflexión epistemológica previa sobre la conexión de esta vida deseada en el metaverso y los potenciales comportamientos en la vida real. Especialmente, si todavía seguimos fijados en lo que llamamos vida real y, sobre todo, los proveedores de bienes y servicios los siguen ofertando en esa vida real. La cosa cambia radicamente si nuestro objetivo es observar la vida en el metaverso para ofrecer bienes y servicios en el metaverso. La cosa cambia radicalmente cuando toda la vida pasa en internet.
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En el metaverso, hay criaturas, casas, terrenos, arte, muebles, historias… Casi todo en forma de NFTs, de piezas singulares. Pues bien, estas criaturas, casas, terrenos e historias requerirán bienes y servicios. Se llenarán de empresas que ofrecerán esos bienes y servicios.
Centralización y descentralización
Se abre el debate, sin duda relevante, sobre el grado de centralización y descentralización de estas nuevas comunidades virtuales. Aun cuando hay diferentes concreciones de metaversos, las reglas parecen ahora impuestas por los fundadores, aun cuando se abre la posibilidad de que la soberanía vaya pasando a los miembros de las comunidades.
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Como dice Jeff Wilser en Coindesk, lo más emocionante no solo es que la gente podrá adquirir sus avatares –con sus capacidades y competencia más o menos estandarizadas- sino que se abre la posibilidad de crear juegos y avatares, con nuestras propias reglas, que pueden compartir otros, como ocurre con Game Maker. Los juegos que se crean por aficionados son poco sofisticados estéticamente; pero se trata de juegos descentralizados, frente a los otros centralizados, que cuentas con cientos de miles de seguidores y el atractivo de poder ganar recompensas desde el principio. Pero ¿por dónde se inclinará el juego en el metaverso? ¿Por dónde se inclinará la vida en el metaverso?
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De momento, el metaverso tiene el gran atractivo de las lógicas lisas, sin arrugas como, por ejemplo, los conflictos de intereses o el trabajo. Se trata de un mundo donde, como diría Freud, sólo cabe el trabajo del sueño. De los sueños. De los deseos.
Imagen de Comfreak en Pixabay
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