Si hay un campo en el que se ha dado la concentración de nombres con carisma es el de las empresas tecnológicas. Desde Steve Jobs hasta Vitalik Buterin, pasando por los Wozniak, Gates, Bezos, Zuckerberg o Musk. Como modernos prometeos, que han robado el fuego del olimpo de la innovación tecnológica, no dudan en enfrentarse a gobiernos con sus declaraciones.
Elon Musk entabla un pulso, bastante cómico, con el Presidente de Venezuela; Mark Zuckerberg mete el dedo en el ojo de la administración Biden. Buterin planteando nuevas formas de gobernarnos. Y no es por su poderío económico, que algunos lo tienen a patadas, sino porque tienen millones de seguidores, que les escuchan con bastante confianza. Parecía que nos íbamos a deshacer del carisma y resulta que justo está en lo más innovador.
Empresas tecnológicas
Mantener la autoridad mediante el carisma parecía, según nos decían los sociólogos, algo del pasado, de sociedades tradicionales. Siguiendo el esquema propuesto por Max Weber, deberíamos estar ahora regidos por normas, basándonos en las formas racional-burocráticas de autoridad. Sin embargo, siguen apareciendo individuos con eso que se llama carisma. Esa capacidad de iluminar sus reflexiones y comportamientos. Y, sobre todo, sus decisiones.
La ciudad utópica de Vitalik se escribe con la letra de Blockchain
Lo más llamativo es que se encuentran en campos distintos al de la política. Lo que se ve en la política se encuentra más del lado de lo patético, que del carisma. Incluso nos conformamos con que cumplan con ese papel racional-burocrático. Los que se instalan en este papel nos tienden a parecer más fiables. Los otros, se pasan en la aceleración carismática: Trump, Maduro, Putin, Bukele…
La enfermedad del carisma
En el campo tecnológico, el carisma se nos cuela como fundamentado. Son gente que nos da soluciones a una forma de vida que, por otro lado, la han configurado ellos con sus innovaciones. Pues aquí estamos atentos a cada uno de sus movimientos, que son, eso sí, de largo recorrido: la forma de gobernarnos en la ciudad del futuro (Buterin), viajes a la Luna para -de momento- millonarios.
Elon Musk y la libertad de expresión en el debate sobre las redes sociales
En su novela El arco iris de gravedad, Thomas Pynchon incrusta una frase que hoy es como si nos diesen un gancho directamente en el hígado. El escenario es el tramo final de la segunda guerra mundial: “Una de las más queridas esperanzas de la posguerra: que no hubiese lugar para una enfermedad tan terrible como el carisma”.
La catástrofe bélica se leía como una nefasta consecuencia del carisma. Se esperaba que, con ella, nos vacunábamos contra ella y todo se iba a regir por una especie de pensamiento lógico-científico. Pero es donde reina el pensamiento lógico-científico donde reina el carisma, donde están los que nos inyectan expectativas sobre el futuro. Como si el futuro estuviera ahí. A su merced.
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