Las escuelas reabrieron sus puertas para el nuevo curso hace una semana en España. Lo hacían bajo un gran temor entre los equipos docentes: el del uso de la inteligencia artificial (IA) por parte de los alumnos. Casi todos los medios de comunicación generalistas se hicieron eco de ese temor. Dominaba la representación de los maestros como un ejército desvalido. Es decir, sin valor. Desprotegido. Nadie nos ha dicho qué hemos de hacer, cómo hemos de actuar; se proclamaba. Algunos, pocos y fijados por los propios medios por su carácter extraordinario, hablaban de estrategias alternativas para sobrellevar la siempre difícil tarea de enseñar.
Los estudiantes insertan velozmente la IA en la educación
IA enseñanza
Ese temor estuvo ya presente en los encuentros, casuales o institucionales, entre profesores universitarios durante el segundo semestre del curso pasado. Apenas pasaban cinco minutos de esos encuentros organizativamente casuales -como los que se dan en los pasillos de las facultades, las cafeterías, los comedores o los seminarios- para que la conversación fuera protagonizada por la IA. La misma sensación de parálisis y experiencia de cambio irreversible que nos pilla fuera de juego.
Ha pasado una semana y no parece que se haya derrumbado el edificio del sistema educativo. Los docentes siguen estando ahí, en el aula, frente a sus alumnos y estudiantes. Y subrayo lo de “frente a” sus alumnos. Frente a sus alumnos y la sombra de su uso, manifiesto u oculto, de la IA.
Blockchain y la certificación educativa
Me temo que tampoco la práctica docente haya cambiado mucho en esta semana, con respecto a la de los cursos, años y decenios anteriores. Quizá, a modo de parche para evitar el desbordamiento, se estén valorando algunos cambios. Por ejemplo, el de plantear tareas al estudiante distintas a las que una rápida consulta a ChatGPT puede desarrollar en segundos.
Cambia todo lo que significa aprender
Ahora bien, el que parezca que no haya cambiado nada en estos pocos días no significa que no esté cambiando. Ni, sobre todo, que no vaya a cambiar. Es más, si Naomi Klein dice que el cambio climático lo cambia todo, algunos pensamos que la IA lo cambia todo en todo lo que signifique aprender. La introducción de internet ya ha hecho tambalearse a los sistemas educativos. Han tardado mucho -muchísimo- en adaptarse, los que, en el mejor de los casos, han conseguido adaptarse. Pero la IA viene aceleradamente. No parece cargada de paciencia. Y, sobre todo, viene de la mano de unos impacientes estudiantes, ya absolutamente nativos digitales. De los que se preguntan para qué servía esa rueda con agujeros que tenían los teléfonos.
La IA va a cambiarlo todo en el ámbito de la enseñanza. Los docentes lo saben y buscan su papel en el nuevo entorno. Los discentes ya están en el nuevo marco. Apenas sin darse cuenta. Paradójicamente, como si la artificialidad de la IA formara parte de su naturaleza. Los primeros, formados en una cultura en buena parte previrtual, han de hacer el esfuerzo por adaptarse. Los segundos, ya son de la cultura virtual.
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