Agosto de 2023 no podía pasar sin acordarnos del nombre que ha marcado el transcurso del último curso y a partir del que llegó el criptoinvierno: Sam Bankman-Fried. Las explicaciones de las evoluciones e involuciones de las cotizaciones de las distintas criptomonedas, las iniciativas reguladoras o las denuncias puestas en marcha por algunas de las más importantes instituciones, como la U.S. SEC (estadounidense Securities and Exchange Commission) han tenido como argumento principal a Bankman-Fried.
Bankman-Fried
Ahora la noticia es que el fundador de la quebrada FTX ha podido asistir a la cita que tenía con los jueces con sus abogados y con un dispositivo con acceso a internet, un ordenador portátil (laptop). La justificación de este inusual permiso judicial es que, así, el acusado pueda ir mostrando evidencias y documentos durante el transcurso de la sesión. Kaplan, el juez que ha autorizado la disponibilidad del dispositivo, accede así parcialmente a una de las solicitudes de los jueces. Tendrá, además, conocimiento de la red de internet y claves correspondientes para conectarse. Niega otras, como que el acusado pudiera ausentarse de la prisión en la que se encuentra, el Metropolitan Detention Center de Nueva York durante cinco días a la semana, como el que va a trabajar. Bankman-Fried y sus abogados mantenían que así podía trabajar mejor en la obtención de la documentación.
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En cualquier caso, el permiso concedido a Bankman-Fried tiene su relevancia. No es habitual que las personas detenidas puedan disponer de aparatos con acceso a internet. Menos aún en un caso tan a la luz de la opinión pública. El principal argumento para el mantenimiento de esta prohibición es que los acusados o condenados, según sea su situación penal, podrían seguir cometiendo delitos a través de la red.
Pena de privación de libertad en una sociedad digital
Cuando todavía está por juzgarse un caso, el principal temor es que se presione a testigos, se muevan bienes, se destruyan pruebas, se den instrucciones de destrucción de pruebas o simplemente se entre en contacto con los medios de comunicación, con la finalidad de poner a la opinión pública de su parte, para que ésta, a su vez, interfiera en el juicio. Con respecto a esto último, hay que señalar que los jueces se dividen en dos grandes grupos: jueces mediáticos y jueces con aversión a los medios. Parece no haber término medio.
La decisión del juez Kaplan abre al menos dos vías de reflexión. La primera ya parece obvia. La separación entre realidad física u offline, por un lado, y realidad digital, virtual u online, por otro lado, carece de sentido. A los detenidos y presos se les prohíbe el uso de internet por su potencial delictivo con respecto a la realidad.
La segunda es de más calado y está relacionada con los derechos que la sociedad en general y la justicia en particular está dispuesta a dar a los internos. Derechos a los condenados a una pena de privación de libertad en una sociedad digital. Ha de tenerse en cuenta que, además de delitos, pueden llevarse a cabo muchas actividades en internet. Algunas podrían ser de interés para el cumplimiento de la finalidad de reinserción de los penados, que se supone es la función principal de la pena de privación de libertad en muchas constituciones.
Ley Penitenciaria española
Entre ellas, la española de 1978. Por ejemplo, a través de internet pueden desarrollar estudios. En la actualidad, en España, tal conexión a internet no es posible. Tampoco tienen acceso a ella los internos que siguen estudios superiores en la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia), cuando el recurso a internet ya tiene un lugar vertebral en la realización de grados universitarios. Los universitarios internos en instituciones penitenciarias tienen, por muchas razones, más problemas para seguir sus estudios. El del acceso a internet es uno más.
La Ley Penitenciaria española data de 1979, siendo una de las más modernas. Cuando todavía internet estaba en el despegue. Tal vez podría dársele una vuelta, en función de la específica situación penal del interno. Es la reflexión que Sam Bankman-Fried nos ha dejado para el tórrido agosto.
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