Eso que llamamos Naturaleza, incluso con mayúsculas, anda un tanto revuelta últimamente. Al menos, tendemos más a destacar la ausencia de su supuesta normalidad, que cuando funciona como lo esperamos. Otra cosa muy distinta es qué es lo normal en esto de la naturaleza, más allá de algo tan cultural como los ciclos de las siembras y las cosechas. Propongo aquí una mínima y sintética reflexión sobre el lugar de la Naturaleza, con mayúscula, o las naturalezas, más de andar por casa, en los metaversos.
Metaverso ficción
De momento, salvo un proyecto de plantación de marihuana en el metaverso de juego de la mafia imaginaria, Mobland, no me ha llegado noticia de cultivos en el metaverso. No me extrañaría que los hubiera y que alguien hubiera logrado hacer realidad un proyecto fundamentado en la plantación de semillas. Al fin y al cabo, incluso podría rentabilizarse el crecimiento de la inicialmente semilla y posterior distribución de los esperados frutos. Pero, no, el metaverso no parece haber entrado en la ancestral lógica de domesticación de la Naturaleza por la vía del cultivo. Y el cultivar es lo que nos hace culturales. Ambas palabras comparten etimología.
El metaverso como lugar de encuentros y grandes acontecimientos de entretenimiento
El metaverso es, entonces, cultura sin cultivos. No cabe duda de que es producto de nuestra cultura. Incluso puede considerarse la punta de lanza de nuestra cultura. Pero sin cultivos, en esta época de Naturaleza revuelta.
El malestar de la Naturaleza parece tener su principal causa en el cambio climático. Un cambio que precisamente trastorna los ciclos de la Naturaleza. Por lo tanto, trastorna los cultivos y, de paso, trastorna la cultura. Así, la cultura que ha conseguido fijar un concepto como el cambio climático es la que observa extraños cambios en la Naturaleza. Cambios en la Naturaleza que, a su vez, conllevan cambios en sus cultivos y, por lo tanto, en las culturas. Esta es una visión un tanto mecánica, que se mantiene en el esquema causa-efecto. Pero, tal vez y metaverso mediante, lo que nos tendríamos que preguntar si sigue teniendo sentido esa distinción entre Naturaleza y Cultura. Metaverso, AI, robótica y un largo etcétera mediante. Aquí nos centraremos en el metaverso.
El metaverso como gran túnel publicitario que nos convierte a todos en publicidad
Podemos considerar al metaverso una ficción que, a su vez, crea infinitas ficciones. Una ficción desencadenante de ficciones. El propio metaverso, si atribuimos su engendramiento imaginario a la novela Snow Crash, es directo producto de una ficción. Ahora bien, el propio concepto de Naturaleza, especialmente como “naturaleza salvaje”, puede considerarse producto de la ficción romántica, estando alguno de sus iniciales productos presentes en la incipiente narrativa novelesca del siglo XVII europeo.
Hasta el concepto “estado de naturaleza”, principalmente utilizado por el primer gran filósofo social Thomas Hobbes, puede considerarse una ficción. Una ficción muy útil que sirve para la construcción de una de las mayores obras de pensamiento social, Leviatán.
Frente a la naturaleza del cultivo, presente en el lírico beatus ille, la narración de la naturaleza salvaje. Ya sea en clave directamente sociopolítica, como hace Hobbes, ya sea en clave de aventuras. De hecho, Robinson Crusoe es considerada la primera novela en habla inglesa. Publicada a principios del siglo XVIII, la obra de Daniel Defoe narra las aventuras contra la naturaleza de un hombre. Eso sí, un hombre despojado de sus bienes y herramientas, náufrago de patrimonio; pero con toda su cultura.
Las grandes tecnológicas también quieren nuestros sueños en el metaverso
Como subrayó años después Carlos Marx, al hablar de la novela de Defoe, el protagonista se enfrentó a esa naturaleza imaginaria con toda la fuerza de su cultura burguesa. Lo que no es poco, aunque el burgués Marx la despreciara. En nuestra época, nos enfrentamos a esa creación de nuestra cultura, el cambio climático, con la fuerza de nuestra cultura tecnológica. De hecho, hay quienes plantean, como Evgeny Morozov, que estamos instalados en el solucionismo tecnológico. Es decir, ante cualquier problema, imaginamos una solución tecnológica. A veces, simplificando en exceso problemas que son muy complejos. Otras veces, dando con la solución. En todo caso, síntoma de una cultura que tiene en la técnica uno de sus principales marcos. Como Crusoe tenía su lógica burguesa, nosotros tenemos tecnología.
Pues bien, si entendemos el metaverso como un intenso maridaje entre tecnología y ficción, vemos que apenas está presente la Naturaleza. Ello, para bien de la propia Naturaleza. Sin cultivos. Volvamos a Snow Crash, donde la Naturaleza no cabe entre autopistas, velocidades, policías o enfrentamientos. Los enfrentamientos son, como mucho, con los demás. La mayor parte de las veces, contra uno mismo. Pero no contra una naturaleza salvaje. Ni siquiera revuelta. Sin embargo, el metaverso, en sí mismo, puede considerarse una práctica manera de enfrentarse a la revuelta Naturaleza. Sin necesidad de tener que invertir una importante cantidad de dinero en aislamientos térmicos o placas solares, para casas que las compramos como las compramos.
Las marcas están construyendo al metaconsumidor del metaverso
Si el metaverso se concibe como el último espacio para el consumo, tendríamos que sería el consumo sin naturaleza. Para bien de la Naturaleza, quedaría borrada. Apenas se gastaría. Un consumo con escasa huella de carbono; aunque siempre habrá quien apunte que tras el más mínimo movimiento de un avatar se desgasta desmesuradamente el planeta. Son los que, en el fondo, piensan que la mejor forma de vida es la de estar inmóvil. Parado en todos los sentidos.
En ese desapego de la Naturaleza, siempre habrá quien eche de menos la panorámica de unas cascadas en la profunda jungla. O una puesta de sol del lugar más recóndito del planeta. Pero son deseos que van en contra del propio planeta. Habrá de tenerse en cuenta toda la factura en huella de carbono, para el cumplimiento de tal deseo. Contabilicemos: parte alícuota de la construcción de los distintos medios de transporte, la propia energía de estos medios de transporte, la comida consumida durante el trayecto, el proceso de producción y el transporte de los alimentos y un largo etcétera que comprende: ropa, personal contratado con sus respectivas facturas climáticas… Para cumplir sus sueños, tal vez recapacite y piense que es mejor hacerlo desde un doméstico y, a la vez, salvaje metaverso. Poco natural; pero salvaje. Por el bien del planeta.
En una matriz de ficciones, como es el metaverso, la Naturaleza también es una ficción. Tal vez como siempre ha sido. Una naturaleza domesticada, para los deseantes de regresiva paz. Una naturaleza salvaje, para los aventureros robinsones. ¿Tiene sentido la distinción entre Naturaleza y cultura, a partir de ahora?
Las lesiones morales y emocionales del metaverso
Demos una última vuelta de tuerca en la reflexión. Hay que reconocer que la propia lógica del metaverso tiene mucho de naturaleza salvaje. Está hecha de seres humanos que se encuentran como robinsones. Uno a uno, aunque estén en grupo. Encuentros uno a uno, en el que los otros presentes hacen de coro o espectadores, según las circunstancias. Una naturaleza del metaverso que tiene mucho de lógica de Juego del Calamar. De logro de supervivencia, a partir de unas reglas de juego impuestas. Naturaleza salvaje y, a la vez, domesticada. Naturaleza de signos. Y sin cuerpos. Pero con avatares que lo registran todo en su memoria infinita.
El dolor, centro de la Naturaleza, tal vez esté en esto, cuando se trata del metaverso: en la memoria que se carga imperturbable, con éxitos y derrotas, en un ledger de Blockchain. Pero es un dolor que apenas causa dolor en la Naturaleza, sea lo que sea lo que imaginemos como tal.
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