La nueva fábrica de opinión pública está en la redes sociales y Trump-Musk lo saben. Su alianza ha sido validada por los resultados de las recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos. Detrás de esa alianza hay una forma de entender a la opinión pública y cómo se fabrica. Una nueva forma de fabricar la opinión pública en la que las redes sociales tienen un papel importante. Pero, sobre todo, se ha mostrado que la vieja fábrica, la que sostienen medios de comunicación tradicionales y sondeos de opinión mediante encuestas, ha dejado de ser eficiente, mostrándose poco productiva.
Opinión pública y redes sociales
Con el resultado electoral, se pone de manifiesto que la tecnología ha dejado obsoleto el modelo de producción de la opinión pública que ha estado vigente durante los dos últimos siglos. Este modelo ha perdido. Ha ganado Trump, a pesar de tener en contra a la mayor parte de los grandes medios de comunicación que se creían referencia, tanto para los estadounidenses, como para el mundo.
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También tenía en contra a los campus universitarios, cuyas disciplinas sociales y humanistas también aparecen fuera de sitio en la fotografía de las votaciones. El resultado es incontestable: más de 75 millones de votos. Pero, sobre todo, los referenciales medios de comunicación han perdido. Es muy posible que tuvieran perdido el partido de antemano, aunque se resistan a aceptar la derrota. Es humanamente comprensible. Se alegraron mucho dando por vencido a Trump en el debate electoral televisivo.
El caso es que seguramente la televisión, como condensación de ese declinante modo de producir opinión pública estaba ya acabada, también estaba ya fuera de sitio. La televisión ya no centra la producción de opinión pública. Ya no es el corazón de la fábrica de la opinión pública. Trump fue supuestamente derrotado en un modelo de producción de la opinión pública en caída libre.
La televisión
Nunca ha sido fácil digerir analíticamente la dialéctica de la negación de la negación. Habría que ser como Hegel y reconozco que me queda muy lejos. Lejísimo. Quizá la derrota, del candidato, en un espacio derrotado, la televisión, es lo que lleva a la victoria. Se termina percibiendo al candidato humanamente en otro espacio y la mayor parte acaba reconociendo que ese espacio tampoco es el suyo. También han perdido, algo menos, las encuestas, que pronosticaban un resultado más apretado entre Trump y Harris.
Parece que las que han ganado han sido las redes sociales, con X y Elon Musk a la cabeza. Son las grandes ganadoras de los resultados electorales. Ya venían insinuando su poder: las anteriores convocatorias electorales presidenciales estadounidenses, Argentina, etc. Los perdedores se retiran echándole la culpa a las redes sociales. Y seguramente tienen razón en su señalamiento de la principal causa del fenómeno: las redes sociales.
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Su respuesta es marcharse de una de las redes sociales, abandonando el perfil institucional en X. No sé si es una buena decisión. Tal vez sólo se vaya la respectiva cabecera, pero sus profesionales sigan estando ahí. En cualquier caso, si son profesionales, se seguirán alimentando informativamente de esta aplicación de redes sociales “abandonada” y de las otras aplicaciones. Algunos han anunciado su traslado a una aplicación, Bluesky, que tiene nombre de marca blanca de electrodomésticos gran distribuidora comercial.
La mariposa Bluesky
Poco se sabe de esta aplicación de redes sociales. El caso es que esta aplicación dice haber recibido un millón de nuevos suscriptores en el último día. Paradójicamente, lo grita al mundo a través de X, la aplicación que dicen abandonar los que se van a Bluesky. La mariposa de Bluesky saca pecho en el expajarito de X. Un cambio de una aplicación de redes sociales a otra aplicación de redes sociales, que refuerza a las redes sociales.
Hablamos de la opinión pública. El sociólogo Pierre Bourdieu dijo que la opinión pública no existía. Que eso que llamamos opinión púbica es sólo una especie de fantasmagoría, producto de los resultados de las encuestas. Para no existir, hay que reconocer que ha generado una importante industria a su alrededor, formada por los medios de comunicación más institucionalizados y los centros demoscópicos.
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Otros se aventuraron a distinguir entre opinión pública, eso que se supone que estaba en la sociedad, y opinión publicada, las distintas posiciones que se dirimían en la esfera pública a través del soporte de los medios de comunicación. Una distinción que, a la vez, ponía el énfasis en cierta autonomía de la sociedad y, por otro lado, reconocía el poder de un sistema de medios de comunicación muy centralizado, con relativamente pocos medios de referencia que se dirigían a una gran cantidad de gente. A esta gran cantidad de gente la bautizaron, desde principio del siglo pasado, con el nombre de masa. Y la sociedad se quedó con tan despectiva denominación.
Información/desinformación
Tal modelo de producción de la opinión pública asumía, más implícita que explícitamente, una lógica y se establecía, a su vez, sobre un modelo tecnológico. La lógica era la de que los medios de comunicación masivos gestionaban la opinión pública a partir de la gestión de la información/desinformación. Lo que in-forma -a lo que da forma- la información es a la opinión pública.
La desinformación, este concepto que hoy parece explicarlo todo y sobre el que se acumulan aceleradamente cenitales artículos-editoriales de supuestas vacas sagradas de la comunicación, empresas sobredopadas con constante flujo de recursos públicos, tesis doctorales y artículos en revistas de las llamadas científicas, no es nuevo. Hay quienes lo sitúan en los inicios de la Humanidad. Pero tal vez no sea necesario ir tan lejos.
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El siempre crítico Noam Chomsky ya hablaba de ello y, para quedarnos más cerca, se encuentran interesantes ensayos entre nosotros antes de la explosión de las redes sociales, como muestra el ejemplo del libro de Pascual Serrano. Los tradicionales medios de comunicación informan y desinforman, exponen a la luz y ocultan bajo la alfombra. Tal vez haya que asumir que toda gestión de la opinión conlleva una gestión de la información y que, por ello, toda gestión de la información conlleva una gestión de la desinformación.
Este modelo de gestión de la opinión pública y la audiencia se llevaba a cabo sobre un modelo tecnológico. Por un lado, la tecnología comunicativa de medios fuertemente centralizados: televisión, diarios, radio, etc. Desde un foco se irradia la información/desinformación a una gran cantidad de receptores, sin que estos puedan comunicarse entre sí. A lo sumo -y presentado como una especie de gran interactividad- lo que pueden hacer es comunicar con el centro del medio de comunicación.
Tecnología dominante
Es decir, con el propio medio; pero no pueden comunicarse entre sí. La tantas veces referida libertad de información y de expresión eran derechos que, aun cuando supuestamente era el conjunto de la sociedad la depositaria de los mismos, están gestionados con mano centralizada por los medios. Se trata de una libertad condicional, en cuanto condicionada a los intereses del medio.
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La otra tecnología dominante durante mucho tiempo en la gestión de la opinión pública ha sido la de la encuesta con cuestionario estandarizado. A la que aludía Bourdieu como creadora real de la propia opinión pública. De hecho, históricamente ambas metodologías -medios de comunicación masivos y centralizados con emisiones periódicamente programadas- y encuestas con cuestionario estandarizado han ido de la mano, incluso desde los primeros momentos. Eso sí, al principio, de manera bastante rudimentaria en lo que respecta a las encuestas, ya que su despliegue sobre una sólida teoría muestral tardaría bastantes años en llegar. Pero ahí estaba su alianza: se realizaban encuestas promovidas por los medios de comunicación, cuyos resultados eran publicados por los mismos.
Los resultados de las encuestas con cuestionario estandarizado daban voz a una supuesta “mayoría silenciosa”, como delicadamente se la bautizó en los años sesenta y setenta del pasado siglo. Los medios de comunicación centralizados eran los que hablaban, mientras la sociedad escuchaba o leía, pero, sobre todo, callaba. Salvo a través de las encuestas, que tenían la función de registrar el eco de lo que habían emitido los medios de comunicación, de observar lo que había llegado y en qué intensidad.
Internet
Internet primero dejó tambaleando este modelo de producción y gestión de la opinión pública. Ha sido la tecnología la que ha dado un puñetazo del que los medios de comunicación tradicionales aún no se han recuperado. Y no es necesario caer en una especie de determinismo tecnológico, en el que la tecnología lo puede todo, para realizar una afirmación que tiene carácter descriptivo.
Basta con mirar el panorama económico y, ahora, social y político de la industria tradicional de los medios de comunicación. Si esta tecnología ha barrido a los medios de comunicación tradicionales es por varias razones. Posiblemente porque, en cierta forma, se la esperaba. Otra porque ha experimentado un cruel y muy competitivo proceso de depuración, pues han sido muchas las aplicaciones de esta tecnología que se han quedado por el camino. Lo que ha llegado al éxito lo ha hecho con tanta fuerza, que los gestores de empresas mediáticas, incluso de las más grandes se plegaron rápida y subordinadamente a la fuerza de las grandes operadoras de internet con sus aplicaciones.
Desde la perspectiva del ecosistema mediático, lo que principalmente ocurrió fue, utilizando palabras del analista de la comunicación y exdirector de Le Monde, Ignacio Ramonet, es que se pasó de los medios de comunicación de masas a la masa de los medios de comunicación. Hubo una explosión del número de nuevos emisores, pues se reducía el coste económico y la necesidad de infraestructura para llegar a los receptores.
Medios tradicionales
En la red de redes se podía encontrar de todo a unos pocos clicks, y no sólo lo que ofrecían los medios de comunicación tradicionales. No obstante, estos seguían diciendo qué era lo bueno que había que seguir y que era lo malo. Al principio, seguían filtrando la información/desinformación y, de alguna manera, certificando lo que entendían que había pasado. Pero este modelo de dominación ya estaba herido mortalmente.
En esta vida, nada dura para siempre. Ahora casi lo único que se puede certificar es la debilidad de estos grandes medios tradicionales para certificar nada. Rápidamente les llegan respuestas de otras realidades o realidades alternativas a las presentadas por ellos. Llegan desde las redes sociales o de lo que despectivamente denominan “pseudomedios”, autootorgándose el exclusivo título de “medios de verdad”. Es más, poco a poco se fueron nutriendo ellos mismos, como principal fuente de información, de las propias redes sociales. Los periodistas ya no están en la calle o las alcantarillas de las democracias buscando información. Casi todo les llega a través de las redes sociales, que se ha convertido en su principal foco de atención y de producción.
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Las redes sociales lo han trastocado todo. La emisión de mensajes se multiplica exponencialmente. El modelo centralizado de opinión pública se desmorona. Desde los medios de comunicación e instituciones tradicionales se exige que se controlen los mensajes que circulan por las redes sociales. Sienten el vacío en el que parece caer su modelo. A algunos, como al CEO de Telegram, se le detiene en Francia por no censurar a los usuarios de su aplicación. Otros, como Facebook, fueron más “sensibles” a las demandas de los gobiernos. Bueno, del gobierno estadounidense.
Redes sociales en la opinión pública
La posibilidad de controlar y censurar los mensajes en las redes sociales existe, más allá de su descentralizadora lógica de funcionamiento comunicativo. Parece que siempre tiene que haber una llave. Y esa llave suele tener muy pocas copias. Una llave que puede llevar a la cancelación de un perfil o una cuenta en la aplicación. Pero la sensación que se tiene actualmente es que casi todo fluye.
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Fluye lo bueno, lo malo y lo regular. Fluyen verdades, verdades a medias y mentiras. Fluye información y desinformación. Pero son los mensajes de los que se alimenta la opinión pública en la actualidad. Si existe algo parecido a la opinión pública, matizando parcialmente a Bourdieu, es en las redes sociales. Con lo que ello conlleva de cambio de modelo en su producción, gestión y seguimiento. El análisis demoscópico pasa de las encuestas con cuestionario estandarizado al análisis de redes sociales, en intensa articulación con investigación social cualitativa. Y la mayoría silenciosa se convierte en un griterío de ecos. Un rico material lleno de indicios a desentrañar por los analistas.
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