El moralismo impregna la representación mediática del criptoinvierno 
El moralismo impregna la representación mediática del criptoinvierno 

El moralismo condenatorio impregna la representación mediática del criptoinvierno 

El criptoinvierno se ha calentado más con explicaciones de moralismo que con argumentos racionales. Un fenómeno que está siendo una desgracia para mucha gente. Es una crisis como un camión, que dirían los castizos, donde mucha gente ha visto reducir su patrimonio. Pero, sobre tan inobjetable realidad, se ha erigido una retórica desde los medios de comunicación tradicionales enormemente moralista.

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El colorido de la representación del criptoinvierno dista de ser un blanco neutral de nieve, para convertirse en voces moralizantes, con frases como las siguientes: “fondos invirtiendo a lo loco”, “fiebre desmedida”, “la fiesta continua ha terminado”, “pequeños ahorradores sin conocimiento”, “el atractivo sueño de forrarse” o “impunidad y borrachera”. Moralismo condenatorio que alcanza tintes religiosos cuando, preguntándose: “¿quién vendrá al rescate?”, se apunta la figura de un posible redentor, como el fundador y CEO de FTX, Sam Bankman-Fried.

Criptoinvierno y moralismo

Apenas se explica el criptoinvierno por procesos o flujos económicos, o por movimientos en las estructuras económicas. Se explica como justificada sanción a excesos. Excesos que adquieren la forma de pecado.

Las relaciones entre lenguaje y dinero vienen de largo. Así, Dodd (The social life of money), siguiendo una larga tradición intelectual, analiza el dinero como un lenguaje. Pero, además, es importante el lenguaje que se utiliza con el dinero y sobre el dinero. No solo el lenguaje de las criptomonedas, que lo tiene y sobre el que otro día tal vez merezca la pena hablar aquí, sino que las criptomonedas convocan lenguajes, distintos lenguajes. En las últimas semanas se ha visto atravesado de una fuerte moralización de ese lenguaje. Un lenguaje que roza lo religioso. Lo peor de la religión que es la condena dogmática.

Como ha venido destacando la sociología del dinero, este objeto ha estado constantemente impregnado de moralidad. Y ya no hablemos de la concepción excrementicia de la siempre discutible visión psicoanalítica.

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Hay una relación culpable con el dinero. Como si el dinero fuese una condensación del mal. Tal vez por ello, ha sido objeto de especial sanción dogmática por todas las religiones. Así, los que aparecían excesivamente apegados a él, eran condenados.

Condenas morales que apuntan, en definitiva, a que el ejercicio económico-racional individualizado, enriquecerse, carece de frenos éticos, y solo los poderes públicos o la fatalidad de las crisis, representadas como explosiones de burbujas, pueden detener. El propio concepto de burbuja, como algo sin contenido, en el vacío, parece condensar una condena moral.

Moralización del dinero y la propiedad

Se establece así un miedo al enriquecerse, a la ambición. Amenazas condenatorias contra la búsqueda de la felicidad inmanente. Solo es permitida la felicidad gestionada desde las doctrinas, pues solo estas doctrinas pueden facilitar el futuro. Por lo tanto, los sujetos han de someter esos impulsos a enriquecerse. No por miedo al riesgo, sino por no ser suficientemente morales y entrar en la sombra de la condena.

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Mientras que la moralización de la sexualidad se levanta paulatinamente, sigue impregnada en el dinero y la propiedad. De manera que se limita lo que se pueda hacer con el dinero y la propiedad. Desde las religiones, bajo amenaza de expulsión. Desde los estados, bajo la apelación a la protección de unos supuestos intereses generales.

Dice Gilles Deleuze, comentando el Bartleby de Melville, que el pecado prometeico por excelencia es escoger. Matizaría al gran filósofo francés, señalando que el pecado prometeico por excelencia es enriquecerse. Incluso tener la ambición de enriquecerse. Algo que ni los relevantes matices introducidos al respecto por el protestantismo, según la interpretación de Weber, han podido desplazar. Es cierto que es un importante paso el asumir el éxito terrenal como signo de la predestinación. Y quizá por ello, las condenas morales alrededor del criptoinvierno han estado especialmente presentes en la prensa española, embebida de cultura católica.

Enriquecerse con criptomonedas

El pecado, al menos en ciertas culturas, sigue siendo enriquecerse. Con critpomonedas o con arándanos. Da igual. Quien se enriquece ha de justificarse. Incluso ha de esconderse; mientras los pobres aparecen como sus víctimas, a pesar de que no haya tenido relación alguna -directa-indirecta, estructural o de cualquier otro tipo- con estas víctimas. Un esquema en el que los ricos tienen siempre millones de pobres sobre sus espaldas y éstos adquieren el derecho de reclamar la fortuna de los ricos. No se trata de integración social como horizonte, sino de argumentos morales.

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Pecado el enriquecerse. Más allá de venial, si se ha hecho con el propio esfuerzo o como producto de la asunción de riesgos. En todo caso, se tendrá que mostrar y demostrar constantemente ese esfuerzo. Pecado más allá de lo mortal, si hay alguna sospecha de opacidad, como la proyectada por los medios de comunicación tradicionales sobre las criptomonedas.

Balzac apuntó que, tras cada fortuna, hay un crimen. Recogía así una tradición de la sospecha sobre el enriquecimiento. Las condenas morales en el criptoinvierno se limitan a subrayar este acontecimiento como un ejercicio de justicia divina contra los que tenían la ambición de enriquecerse. Incluso aunque fuese muy poco, pues no parece contar la cantidad, sino la actitud. Si se te ocurrió invertir en criptomonedas y ahora has perdido dinero: ¡tienes tu merecido! Eso sí, sin que institución alguna te proteja o vele por tus intereses. Si hubieras ganado dinero, tendrías las fauces del fisco detrás. Pero, como lo has perdido, has recibido tu justo castigo.

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Javier Callejo
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