Estos son mis avatares, y si no le gustan, tengo otros
Estos son mis avatares, y si no le gustan, tengo otros

Estos son mis avatares, y si no le gustan, tengo otros

Los avatares son nuestro otro yo. Nos hemos acostumbrado a ellos, como el que se acostumbra a ver cada mañana su rostro en el espejo. Aquí se trata del espejo virtual. La ventaja es que, si el avatar no nos gusta, si ya no nos identificamos con él, podemos cambiarlo. Parafraseando a Groucho Marx: “estos son mis avatares, y si no le gustan, tengo otros”. Pero tal vez sea más fácil controlar y gestionar los principios, si es que estos pueden separarse de la identidad, que controlar y gestionar un avatar.

Avatares

Especialmente si se trata de avatares impulsados por IA, capaces de aprender de sus movimientos y actuaciones del pasado. Sobre todo allí donde pueden tener más movimiento, como puede ser en el metaverso. Todo esto obliga a conocer profundamente a nuestro avatar. A conocerlo tanto como a nosotros mismos. De aquí se deriva que los avatares nos ayudarán a conocernos a nosotros mismos. Al menos, a reflexionar sobre lo que somos. Se constituyen así, utilizando términos del filósofo francés Michel Foucault, en las nuevas tecnologías del yo.

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En Occidente ya es extraño encontrar personas por debajo de los 50 años que no tengan su avatar. Nos hemos acostumbrado a presentarnos como avatares. A que nos reconozcan como avatares. Por ejemplo, cuando mientras conducimos aparece en la pantalla que llevamos en el coche la imagen de quien llama o manda un mensaje desde cualquier aplicación de redes sociales. Asumimos que quien nos está llamando o escribiendo es el que aparece en la imagen. En el avatar. Tal vez nos podamos pensar que tiene una vida autónoma de su creador. Algo que podría cambiar en el metaverso.

La existencia de varios yo

Pensar que el avatar no representa fielmente a su usuario, es pensar que no es su verdad. Es pensar que no es verdaderamente tal usuario. De alguna manera, en esa imagen que nos representa intentamos que, precisamente, nos represente de la mejor manera. Que represente lo mejor de nosotros mismos. Por ello la cambiamos en cuanto hay algo que nos rechina. O cuando encontramos otra imagen que creemos que nos representa mejor.

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Puede pensarse que no hay nada en todo esto. Ya el sociólogo norteamericano Goffman subrayó que actuamos cuando nos encontramos con los demás. En los cara a cara. De hecho, propone la existencia de varios yo. Uno el de la presentación ante los otros, más o menos fuera del círculo de confianza. Otro el que desarrollamos en nuestro círculo de confianza. El de la trastienda. Cabría reflexionar si no hay otro -más acá o más allá- de este yo que presentamos a los cercanos. De hecho, muchos de los conflictos en las relaciones personales surgen de la aparición de “formas de ser” que no son reconocidas por los demás. Incluso por los propios sujetos. Conflictos que tienden a llevar a un “mejor conocimiento de uno mismo”, asumiendo que uno no acaba de conocerse nunca.

Es más, en nuestras imágenes (fotográficas) intentamos dar la “mejor imagen» de nosotros mismos. A su vez, llegamos a conocer rasgos que no conocíamos. Eso es el reconocimiento: volverse a conocer. Así, nos conocemos al mismo tiempo que nos damos a conocer a los demás. La imagen (fotografía) produce la imagen de lo representado. El avatar produce la imagen del sujeto representado. En mayor medida que el representado produce el avatar.

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Además, el avatar la está produciendo constantemente y en todo espacio digital. No está fijado, como el representado por el propio avatar, a las leyes espacio-temporales, que lo sitúan en un momento y lugar. Está ahí. Disponible. Y, así, habla por sí mismo.

Conócete a ti mismo

Este “hablar por sí mismo”, que parece esencial en la propia configuración de los avatares, puede verse fortalecido con la IA. Imagínense un avatar programado para aprender de sus propios comportamientos constantemente. Un comportamiento aprendido que se pone en marcha automáticamente cuando el sujeto supuestamente representado lleva tiempo sin operar. Pongamos, por ejemplo, que ha fallecido. El representado ha fallecido; pero el avatar es inmortal y puede seguir actuando. Tal vez quepa hablar de avatares zombi que estarán actuando y representando al representado, aunque éste ya no exista. Puede pensarse que esto ya existe con las representaciones pictóricas o fotográficas, que sobreviven a los representados. Aquí la cuestión es que el avatar podría, por ejemplo, seguir mandando mensajes, estando presente en el flujo de movimientos del metaverso o participar en juegos o decisiones.

Cuidarás a tu avatar como a ti mismo

Ante tal posibilidad, los representados han de tener un profundo conocimiento de sus avatares. Ahora bien, esto es lo mismo que tener un profundo conocimiento de sí mismo. Es llegar a pensar que puede hacer uno mismo, cuando ya no es uno mismo. En los avatares, nos reconocemos como tal vez no somos capaces de reconocernos en otras herramientas. El conócete a ti mismo, el gnothi seauton del templo dedicado a Apolo, ya no está en Delfos. Está en el metaverso.

En el texto Tecnologías del yo, Foucault plantea que el “Conócete a ti mismo” de la Antigüedad Clásica era el correlato del principio “Cuídate a ti mismo”. Tal vez ahora haya que transformarlo en un: “Cuida tu avatar”.

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Javier Callejo
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