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La historia de las criptomonedas es una historia de mucha gente. De mucha más gente de la que suele pronunciarse en los medios de comunicación habituales de lo cripto. Gente normal. Bueno, no tan normal. La que tal vez represente la manera de concretar la Modernidad en nuestros días. Lo que, en su día, fueron los pequeños burgueses comerciantes; después, los filósofos, profesionales liberales o los científicos; o, más tarde, los empresarios industriales. Gente atenta al sentido de los tiempos. Conciudadanos con los que, habitualmente, apenas cruzamos una palabra. Hasta que surge el momento, como ocurrió en una convocatoria de aire festivo.

Personas criptomonedas

La fiesta es un lugar de conocimiento. Y no es porque servidor sea antropólogo social. Es la experiencia intensa de la comunidad, como los cultos religiosos. Es donde la comunidad se une. Las fiestas son lugares para las sorpresas: se conoce a gente y es un contexto relajado, donde pueden surgir confesiones. Y todo esto tiene que ver con las criptomonedas. Pues la confesión del uso de las criptomonedas se encendió velozmente. Hay ganas de contarlo. Lo que no deja de ser un síntoma de fuerza social.

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Bitcoin, la criptomoneda con la que todo empezó, tuvo su primera experiencia en algo parecido a una fiesta. Es lo que nos han contado, con unas pizzas pagadas con esta criptomoneda por un precio que, incluso que ahora está en ciclo bajista, sería como adquirir el peso de la levadura como si fuera oro. Después, se han sucedido las fiestas alrededor de las criptomonedas. Tras el uso de las mismas, incluso puede escurrir un estilo de vida más centrado en el presente, que en el futuro. En disfrutar el presente. ¿Mañana? Posiblemente otro soplo de volatilidad.

Fiestas normales

Pero no es a ese tipo de fiestas, a las que ya están previamente convocados fieles de las criptomonedas, a las que me refiero. Me refiero a fiestas normales. Es decir, gente más o menos de la misma posición social. Pongamos clase media en sentido amplio: profesionales, emprendedores, empresarios. También pongamos un contexto urbano, una convocatoria suficientemente amplia, como para dar cabida a la diversidad y la coincidencia. Ya se sabe que cuando hay más de 21 personas, la probabilidad de encontrarse con alguien de que cumpla los años el mismo día que tú asciende al 50%. Pues había alrededor de esa cantidad multiplicada por diez. La mayor parte no nos conocíamos personalmente.

Situándonos: no se trataba de una fiesta entre personas convocadas porque tuvieran criptomonedas. Sin embargo, entre pequeños aperitivos y cervezas, casi todos confesaron que tienen criptomonedas. También, que estuvieron a punto de ser suficientemente millonarios como para dejar de trabajar; pero que esa oportunidad pasó… Bueno, las historias comunes a todos los que están en este tema desde hace algunos años.

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Fue sacar el tema y encadenarse esas historias particulares, que, a la vez, son de toda la comunidad cripto. La historia de quien adquirió Dogecoin cuando Musk se puso a vender los Tesla a cambio de criptomonedas. La historia de quienes, tras haber puesto paneles solares, aprovechaban la energía sobrante para minar. Y, así, una tras otras. Como esas historias de la mili.

Una comunidad potente

Lo más importante es que, bastó un pequeño comentario, una mínima chispa, para que el discurso sobre las criptomonedas se expandiera como un fuego por el monte en verano. Es el indicador de una comunidad latente con fuerza, con ganas. Una comunidad tal vez, también, silente, si se tiene en cuenta que no es protagonista de las redes sociales o de los medios de comunicación en que se suele fijar la existencia de la comunidad cripto. Pero se trata de una comunidad potente, extensa y, sobre todo, muy lejana de ese perfil extravagante -friki, es lo que quieren decir- que los enemigos de lo cripto suelen adjudicar a los usuarios de criptomonedas. Una comunidad que desconfía del sistema financiero tradicional y sus Estados. Seguramente también desconfía de otras muchas cosas. Incluso de las propias criptomonedas. Aunque, tal como hablan de ellas, parecen haberlas hecho muy suyas.

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Javier Callejo
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