En el primer lunes del mes de agosto vivimos movimientos en el mercado cripto y fiat que se vivieron con cierto dramatismo. Casi con tintes de un nuevo lunes negro. Después, la cosa se calmó. Tranquilidad que excitó, más que evitó, un lenguaje moral. Y eso que se habían esfumado los humos de catástrofe. Se habló de corrección de los mercados. Como si los mercados se hubieran equivocado; aunque esa equivocación de los mercados siempre se observa a posteriori.
Un lenguaje moral que es el habitualmente utilizado para hablar de las criptomonedas por sus enemigos. Como condenándolas. La acusación al mercado cripto de ser meramente especulativo ha estado en la firma de nobles y semanales analistas, como el premio Nobel de Economía Paul Krugman.
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El término especulación aparece con las connotaciones del pecado. Como el octavo pecado capital, conectado con el juego o, aún peor, las apuestas. De la misma manera que, en la alta edad media y principios de la modernidad occidental, se dibujaba negativamente la figura del ávaro, condenado por la Iglesia católica, se dibuja de manera semejante la figura del especulador. Ahora bien, como en tantos otros campos, parece que el especulador es siempre otro. El otro negativo. Como el turista o el contaminante.
La figura de especulador tiene rasgos de frialdad. Sin corazón o con el corazón distante de las cosas. Gestionando la evolución de los precios, en una pantalla, lejos de las cosas que sienten. Esta es la imagen que domina.
La volatilidad, otro término negativo del lenguaje de la inversión. Produciendo o viviendo en burbujas, otro término del repertorio del mal. La volatilidad como el espíritu de los especuladores. Si el sociólogo Max Weber escribiera hoy -y no se empeñase en contestar a Marx y su teoría de la sociedad- titularía su obra: La ética especuladora y el espíritu de la volatilidad.
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Tal vez convenga desmoralizar un tanto la cuestión, con el peligro de enfrentarse a la acusación de neoliberalismo y quién sabe si a alguna cancelación woke. El capitalismo, con su desarrollo económico, no hubiera sido posible sin especuladores, que han sabido separar lo que genera ganancias, de lo que genera pérdidas. El especulador se guía por una mezcla de experiencia, instinto e imaginación y, aún así, puede perder en sus aventuras.
La especulación no es una enfermedad moral del capitalismo, sino su ángel. Hay que reconocerlo, si la sociedad se hubiera guiado sólo por la mentalidad del pequeño ahorrador de bajo riesgo y bajo interés, estaríamos la mayoría trabajando en el cultivo de la tierra y el cuidado del ganado. Por su parte, si bien el capitalismo rentista ayudó a dar un empujón a la economía, su horizonte era muy limitado en clave de innovación. Al final, para mover el dinero y la economía, estaba la puerta del especulador.
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