La vida que te espera: los conflictos sociales que nos deparan blockchain y el resto de tecnologías

La capacidad de operar, predecir y realizar tareas sin fin gracias a la tecnología, no solo será un desafío para el empleo, también lo será para nuestros derechos y libertades. Blockchain permite contratos y firmas digitales con tal seguridad, en tal cantidad y con tal inmediatez, que hace innecesarios cientos de profesiones relacionadas con la intermediación, la verificación y las labores repetitivas.

Se destinan energías y recursos a incrementar la seguridad de las transacciones, cuando blockchain lo hará en segundos. El verdadero reto será identificar y atender cuáles serán en el futuro los conflictos que surgirán entre los dueños y los usuarios de las plataformas tecnológicas.

Pronto llegará la capacidad incalculable de transmitir y analizar datos que traerá el 5G, apoyado en la computación en la nube. Un espacio donde se multiplicarán los sensores y las pantallas a través de las cuales se recibirá automáticamente la información de dichos sensores, complementado con el desarrollo de la voz Todos estos artilugios se incorporarán a nuestros espacios y objetos cotidianos en soportes inimaginables.

El poder de las máquinas

En la industria, donde esto ya es una realidad, los procesos de fabricación están tan auto-organizados que apenas se precisan personas que los vigilen. Dicha labor se la reparten las máquinas, capaces de emitir estímulos físicos, lumínicos, térmicos o químicos a través de sensores. A su vez, otras máquinas reciben esos estímulos y los interpretan y otras máquinas actúan en función a la información analizada para resolver las necesidades o los problemas detectados en tiempo real. Se trata de las primeras aplicaciones prácticas de la robótica y la inteligencia artificial.

Ambas tecnologías apenas están aterrizando en los grandes aparatos que usamos en nuestro día a día: coches, electrodomésticos o los dispositivos informáticos. Es lo que se denomina internet de las cosas y, probablemente, se imponga con naturalidad y de manera masiva en poco tiempo. Más allá de las pulseras y los anillos cuantificadores, el internet de las cosas está tardando en llegar a nuestra vida cotidiana. Aunque algunas hipótesis dibujan un futuro inquietante si el internet de las cosas se expandiera de manera importante.

Por otro lado, dos sucesos están transformando la economía más allá de la tecnología. Se trata de la uberización de los servicios y de la irrupción de los fondos de inversión en sectores ajenos hasta ahora para ellos. La uberización comparte con blockchain el efecto descentralizador. Es decir, elimina intermediarios y permite el contacto directo con los usuarios. Aunque existe la idea de que prácticamente todo se puede uberizar, no sucede lo mismo con el blockchain. No todo se puede blockcheinizar . Tal como señala Manuel Andrés Castro, cofundador de NGS Software, “no todo puede ser blockchain. Las cadenas de bloques necesitan unos recursos muy amplios para asegurar una buena comunidad que interaccione y distribuya la información”.

Castro también señala que “no todos los servicios que presta una empresa o las actividades y procesos que realiza, requieren de confianza y seguridad a través de lo fijado en un contrato, por lo que habrá que seleccionar con cuidado cuáles serán los proyectos que deban emplear esta tecnología”. Se trata, por lo tanto, de fenómenos distintos, aunque similares en la propagación digital y, en cualquier caso, con la misma capacidad desestabilizadora.

La irrupción de los fondos de inversión

Los fondos de inversión están eliminando la competencia en unos espacios donde nadie les esperaba, por su baja y lenta rentabilidad. Este hecho está distorsionando el mercado, ya que gracias a su poder de acaparamiento y de afrontar proyectos caros y complejos, están revolucionando la oferta de propuestas o servicios potentes y originales, a los que otros inversores no pueden optar. Estos fondos han pasado de comprar carteras inmobiliarias enteras a adquirir compañías hoteleras y de restauración. O de comprar grupos hospitalarios a adquirir servicios sanitarios o servicios sociales. Han pasado de invertir en grandes grupos de retail y de distribución a hacerlo en empresas de ocio y deporte. En definitiva, han abandonado la inversión privada por la negociación y propuesta de servicios con las administraciones públicas.

Estos dos fenómenos representan un verdadero desafío social, ya que ambos caminan juntos de forma silenciosa, pero imparable. La unión de ambos impide competir y operar a las empresas más pequeñas y locales. La diferenciación competitiva del futuro no será tecnológica, ya que no habrá otra opción que apostar por la tecnología.

La diferenciación principal será la propia capacidad de competir. Por ello, probablemente emerjan con fuerza las cooperativas, donde se aliarán los pequeños, pero ágiles e innovadores. Así, las cooperativas desempeñarán un papel fundamental para mantener la diversidad y la pluralidad entre los agentes del mercado.

En el caso de las grandes tecnológicas, el riesgo de monopolio ya se está combatiendo, pero estos fenómenos nos llevarán a una sociedad donde muy pocas personas podrán disfrutar de los beneficios de las plataformas. Muchas personas serán objetos pasivos, que contribuirán a su alimentación para que beneficio se lo lleven otros.

Una sociedad civil organizada

La pregunta que surge es cómo intervenir, regular y proteger a la sociedad, ya que para afrontar los conflictos sociales que nos depara el futuro necesitaremos de gobiernos que inventen nuevas formas de ejercer su papel de garantes de los derechos de los ciudadanos. Pero también necesitaremos una sociedad civil organizada que exija sus derechos.

Antes de pensar en soluciones, es preciso comprender como la nueva manera de consumir en el futuro supondrá un cambio tan radical que apenas distinguiremos entre la vida digital y la terrenal. No podremos hacerlo porque ambas se solaparán. En la actualidad vivimos preocupados por contrarrestar las consecuencias negativas de una sociedad híper-conectada. Sin embargo, sin darnos cuenta, eso que nos parece un problema, dejará de serlo.

Cuando Internet cubrió todos los ámbitos de la sociedad en los inicios de este nuevo siglo, muchos fuimos adaptándonos progresivamente y asumiéndolo en nuestra cotidianidad. El enfrentamiento entre apocalípticos e integrados apenas se noto. Sin embargo, muchas personas aún no han podido calibrar el significado de los cambios acontecidos. Solo si acudimos a las personas menores de 20 años podremos entender hasta qué punto la vida online es tan importante como la offline para ellos.

Viven y se relacionan en espacios solapados, que se retroalimentan. Los jóvenes huyen de la pantalla cuando se saturan o no encuentran motivación. Es entonces cuando se refugian en el cariño físico de sus personas más cercanas, pero en cuanto se recuperan, vuelven al medio digital para expresar su personalidad y desarrollar nuevas experiencias. Un camino de ida y vuelta en el que cada espacio cumple una función necesaria y complementaria.

Sin vida fuera de la conexión

Para conciliar esta dualidad, algunos jóvenes realizan ejercicios de descanso para sobrellevar la excesiva conexión a Internet. Otros, tienen que llevar a cabo terapias rehabilitadoras, que son tratadas como una nueva adicción tóxica. Quizá, como ocurrió con los juegos de azar o el tabaco, las autoridades se vean obligadas a promulgar leyes que regulen su uso.

Blockchain, el 5G, la computación en la nube, la omnipresencia de sensores y pantallas, la uberización de los servicios, la irrupción de los fondos de inversión subrayarán aún más todos estos problemas o terminarán con ellos. El cansancio que supone la conexión permanentemente desaparecerá, porque no habrá vida fuera de la conexión. Pero como sucedió con Internet, serán las nuevas generaciones las que no entiendan otra manera de existir que la de vivir permanentemente conectados a una plataforma.

Si buceamos en profundidad en los libros de Julio Verne y en su contexto biográfico, apreciaremos que fue un genio adelantado a su tiempo. Pero también descubrimos que utilizó un método lógico para convertirse en visionario. Dicho método, que consiste en entrevistar a los investigadores y científicos más punteros del momento, ha sido replicado por el célebre físico Michio Kaku.

En los libros de divulgación escritos por Kaku se puede viajar hasta 2100 y entrar en un centro de ocio de esa época. En ellos describe pasillos llenos de personas yendo de un lado a otro, a las cuales, conforme van andando se les van apareciendo diferentes pantallas en el aire. En dichas pantallas se refleja información y publicidad adaptada a sus perfiles.

En sus libros, Kaku también permite que te cueles en el cuarto de baño de una persona cualquiera y ver como mientras se cepilla los dientes, el mismo cepillo pincha su encía para realizar un análisis de sangre. Una pantalla integrada en el espejo le proporciona  información sobre su estado de salud en ese instante, pero también sobre las probabilidades de contraer enfermedades según su análisis genético. El escritor describe la escena como algo natural, sin resultar agobiante para la persona.

Estos dos ejemplos son solo un aperitivo de la integración entre lo real y lo digital que se impondrá en un futuro cercano. Jugar a la adivinación es muy arriesgado, porque no se acierta casi nunca, pero como decíamos más arriba, sí podemos apuntar hacia la conversión de las personas en plataformas digitales.

Los servicios premium traerán nuevas clases sociales

Hoy podemos realizar pagos a través del móvil o de pulseras, pero muy pronto llevaremos implantados chips con una cantidad inmensa de información, que nos permitirán operar con inmediatez y seguridad. Si el entorno se vuelve más complejo, podremos elegir a qué plataformas queremos adherirnos para disfrutar de unos u otros servicios. Pero, sobre todo, podremos decidir de qué manera queremos adherirnos. Este último matiz es el gran punto de inflexión, la clave de la bóveda sobre la que se construirá el edificio del mundo que vendrá.

Al igual que las plataformas audiovisuales necesitan de un gran número de suscriptores y altos niveles de audiencia para sus programas, las plataformas uberizadas requerirán de un gran número de clientes y de proveedores totalmente descentralizados. En el caso de emplear tecnología blockchain, requerirán además de un gran número de participantes en sus comunidades y de altos niveles de interacción.

Será como en la actualidad, pero multiplicado por cien mil, algo que traerá consecuencias en nuestra manera de vivir, ya que pasaremos a vivir en la red y para la red. La interacción e intercambio de información entre las distintas plataformas, sean personales o empresariales, será tan constante y segura, que dará lugar a una red densamente tupida y brutalmente transitada que, en cambio, funcionará de manera suave y en tiempo real.

Sin embargo, detrás de todo esto se abrirá un desequilibrio absoluto entre las personas que empleen estas plataformas y las empresas que las posean. De ahí, la importancia en la que uno pueda adherirse a esas plataformas. La vida en la red traerá nuevos modelos de clases, donde solo los muy ricos podrán acceder a los servicios premium que ofrezcan.

En las plataformas cada uno asumirá una función: comprador, anunciante, distribuidor, productor, verificador, editor, analista de datos, clasificador de perfiles, segmentador de poblaciones u otras funciones que ahora no imaginamos. Pero una máxima muy conocida en el marketing digital señala que cuando algo se ofrece gratis, el precio eres tú.

Esto significa que tú mismo regalas tu capacidad y tu tiempo, así como induces comportamientos para otros y generas datos e información útil. Toda esta información es empleada por la empresa para generar beneficios con ella. Con las nuevas plataformas, este modelo alcanzará cuotas inimaginables.

Formas de pago que rozarán lo espeluznante

Todas estas situaciones descritas podrían llevarnos a un mundo sin empleo suficiente para la población demandante. Por ello, se vislumbra la renta universal como único remedio para evitar la exclusión de un número tan elevado de personas que podría resultar peligroso. Podría darse el caso de que personas muy desesperadas ofrezcan su tiempo a las plataformas a cambio de casi nada.

La opción de que las personas se ofrezcan como sostenedoras de las plataformas pueden traer situaciones que atentarán contra la dignidad humana. También podrían aparecer nuevas formas de pago que ni han existido jamás ni se intuían y que rozarán lo espeluznante. En muchos casos, algunas personas jamás podrán desempeñar la función de consumidores a lo largo de su vida. Solo podrán ser peones del sistema.

Estas situaciones ya se están dando en poblaciones de zonas muy deprimidas de Estados Unidos, donde personas sin acceso al trabajo, obtienen remuneraciones ridículas por realizar tareas rutinarias durante horas para plataformas de trabajo online como Mechanical Turk. Es aquí donde los defensores de los derechos y las libertades deberán descubrir nuevas formas para equilibrar la balanza. Una lucha incansable que ya venimos haciendo muchas organizaciones, pero que en el futuro irá por derroteros muy distintos. Sabemos que el tipo de consumo y de vida que vienen serán inevitables, pero también podemos hacer que sean buenos.

Blockchain para vigilar al vigilante

Para ello, y a través de la presión social, tenemos que esforzarnos en conseguir que las élites tecnológicas actúen en favor de aquellos que sufrirán hambre, pobreza, desigualdad e injusticia. Algo tan difícil que, para aspirar a tener alguna garantía de éxito, los defensores de hoy no tendrán más remedio que incrementar ostensiblemente su capacidad de competir a niveles nunca visto antes.

No solo será necesario la capacidad de escalar, sino que las mismas herramientas que son usadas para determinar el consumo del mañana, podrían ser empleadas para proteger a la sociedad de posibles abusos. Igual que existe una trazabilidad asegurada gracias a blockchain, la cadena de bloques podría utilizarse para vigilar al vigilante y garantizar un comercio justo. Este comercio justo podría convertirse en automático y exigible a todos los niveles, a través de contratos inteligentes y automatizados para que no requieran la intervención de legisladores, auditores o jueces. Sería como llevar la responsabilidad social corporativa y sus obligaciones legales de diligencia debida, a su desarrollo más extremo.

Necesitaremos, por tanto, de la colaboración de gobiernos y ONGs, así como de periodistas, abogados, funcionarios, reguladores e informáticos capaces de aplicar esta tecnología y escalar sus reclamaciones a través de su colaboración, unión y alianza. El objetivo es alcanzar el mismo poder de negociación de estas grandes empresas.

Quizá, entre las personas que lean este artículo se encuentre el inventor de un derecho humano que hoy no existe. Lo que nos llevará a un futuro en conflicto, pero también lleno de esperanza. Yo me pregunto si esa persona no podrías ser tú.

 

*Guillermo González de la Torre

Desde 2010, coordinador de estrategia y calidad de Manos Unidas. Reflexión y planificación estratégica, planes anuales de objetivos, transparencia, ética, gestión de riesgos, mejora de procesos, políticas y procedimientos. Licenciado en Periodismo y Máster en Calidad y Consultoría, graduándose como el primero de su promoción. Estudios de posgrado en dirección y gestión de ONG, dirección y administración de empresas, y dirección de centros de servicios sociales.

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