Los bancos se distancian del dinero físico. El BBVA ha anunciado a sus clientes que cobrará dos euros cada vez que se reintegre dinero de las propias cuentas a través de las ventanillas de sus sucursales. Esta medida se encuentra en un paquete de decisiones de la entidad financiera que cambian profundamente la relación con sus clientes, aumentando las comisiones y, sobre todo, elevando los requisitos para obtener las exenciones de estos cobros, que se extienden al mantenimiento de las cuentas o la realización de transferencias desde las sucursales. El banco parece haber optado por distanciarse del dinero físico y, por lo tanto, de quienes más se encuentran integrados en su cultura, como son las personas mayores.
La decisión también es un síntoma de cómo los bancos están siendo afectados por la digitalización del dinero, más eficiente que el dinero físico. Pero ¿podrán sobrevivir los bancos, tal como los conocemos hoy, sin estar aferrados al dinero físico?
La práctica de este tipo de cobros, por reintegrar el dinero propio a través de la ventanilla, no es nueva en nuestro país. Ahora bien, el que la anuncie la entidad que tiene en su seno una de las instituciones que están en el nacimiento de nuestro sistema financiero moderno, como es el Banco de Bilbao, merece al menos una reflexión. Se convierte en un síntoma del propio sistema financiero. Ese sistema que promovía el ahorro de los ciudadanos, para que, depositado en los bancos, sirviese para que fuese prestado a otros y, en definitiva, para la inversión.
Algo no funciona en el sistema financiero
Se trata de señales de que algo no está funcionando en el sistema financiero que conocemos, por lo que sus actores principales, los bancos, deciden cambiarlo. Es una señal de que necesitan recursos. Pero, también, de que su negocio no está funcionando. Cargando sus cambios directamente sobre los consumidores, no hacen sino aumentar la brecha de desconfianza abierta con respecto a las entidades financieras hace decenio y medio.
Por otro lado, el conjunto de medidas parece ir en contra del ahorro. Ya llevamos varios años comprobando cómo el ahorro se penaliza cargando sobre el mismo una sucesión de cobros. Cuanto más se necesita ahorrar, dado el contexto de incertidumbre, más demanda de ahorro hay y más caro sale ahorrar. Parece ser esta, junto al argumento de los costes operativos y la necesidad de cerrar sucursales, la base de la decisión bancaria.
Cliente inversor frente a cliente ahorrador
Para que no le cobren por el dinero depositado, invitan al usuario a que se convierta directamente en inversor. Se le eximirá de tales cobros, si tiene ciertas cantidades invertidas en aquellos productos que, claro está, promociona el banco y de los que obtiene beneficios, tanto por rentabilidad, como por gestión de tales inversiones. A este cliente-inversor le perdonan los cobros como cliente-ahorrador, porque se lo cobran sobradamente como tal cliente-inversor. Es decir, el banco ya no actuaría tanto como mediador entre ahorradores e inversores, sino como promotor de inversiones y productor de inversores.
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Aquí lo que más nos importa es que la medida de cobrar dos euros por cada contacto con el dinero físico, aunque sea el propio dinero, significa también penalizar ese contacto. Significa alejar más a los ciudadanos de ese dinero físico y llevarle al dinero digital, sea este del tipo que sea.
Con la pandemia como fondo, son distintos los estudios que han puesto de relieve el proceso de aceleración de alejamiento del dinero físico. En algunos países, liderados por los escandinavos, su uso ha pasado a ser anecdótico. Es decir, no pasan por ventanilla. Ni siquiera por ATM, cajeros automáticos. Se paga directamente con tarjeta o con el teléfono móvil inteligente.
¿Para qué sirven los bancos?
A partir de lo dicho, cabe preguntarse entonces ¿para qué sirven los bancos, si ya no nos facilitan un dinero físico, que, por otro lado, cada vez se usa menos? En su último libro, pertinentemente titulado Adiós a los bancos, el exgobernador del Banco de España Miguel Ángel Fernández Ordóñez nos plantea el final de estas entidades como productoras de dinero.
Más allá de que, siguiendo sus argumentos, tal producción de dinero por parte de los bancos es especialmente perjudicial para el conjunto de la economía y que está vinculada a una sobreprotección de estos actores financieros, los ciudadanos podrían tener su cuenta en el banco central, si no tienen que entrar en contacto físico con este dinero.
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Un banco central que emitiría -produciría- dinero en forma de moneda estable -stablecoin en clave CDBC (moneda digital emitida por banco central)- dando, a su vez, estabilidad a la economía. Los bancos se dedicarían, en el mejor de los casos, a prestar dinero o la inversión, pudiéndolo tomar, a su vez, de ese banco central.
Alternativas más eficientes para el uso del dinero
Creo que los bancos no se han dado cuenta -o tal vez sí, pero no saben cómo reaccionar- de que su historia ha estado ligada al dinero físico. Fuera del mismo, su forma de actuación ha de ser muy distinta. Y tengo la sensación de que aún carecen del modelo de tal forma de actuación. El paso dado por el BBVA penaliza a los pequeños ahorradores, que son los que en mayor medida están fuera del dinero digital, e intenta poner en su centro a los ahorradores-convertidos-en-inversores.
Por lo tanto, penalizar el uso del dinero físico puede ser una medida que, al menos en el corto plazo, les pueda permitir reducir costes. Teniendo en cuenta el actual panorama y en el medio plazo, parece un tiro que se dan los propios bancos en el pie, empujando a los ciudadanos a buscar alternativas más eficientes para usar su dinero. En la lógica de la eficiencia en el uso del dinero digital, los viejos bancos no están precisamente a la cabeza.
Dejación del Ministerio de Consumo
Como usuarios y consumidores, llama inicialmente la atención el nulo papel del Ministerio de Consumo en estos asuntos. Como si no fuese con él, por tratarse de entidades financieras, el hecho de que se cambien de forma unilateral las reglas. Anteriores comportamientos, como el de las preferentes, generan la sensación de que la relación entre las entidades financieras y sus clientes, lejos de estar especialmente protegida, se encuentra en una especie de limbo.
La decisión del BBVA de cobrar 2 euros por reintegros por ventanilla afecta especialmente a los clientes que están fuera de la digitalización. En especial, los pensionistas que acuden a las sucursales para obtener el dinero físico que gestionarán durante el mes. La cantidad mínima para que tal cobro no se produzca es de 2.000 euros. Muy por encima de la gran parte de las pensiones de jubilación o viudedad.
Se puede argumentar que el cliente siempre puede cambiar de banco. La cuestión es que, después de que nos han disciplinado a que todo nuestro dinero (ingresos y pagos) se lleve a través del banco, con el proceso de fusiones cada vez son menores las alternativas. Además de los “costes” que tienden a generar estos cambios, como recibos que quedan impagados, transferencias periódicas que se retrasan, etc. Casi como cuando te cambias de operadora de telefonía, que caes en una especie de caos temporal en una tormenta de portabilidades.
Hay alternativas sin los bancos
Hay que recordar que en países, como Estados Unidos, estas transferencias sociales no están mediadas por los bancos. Se hacen a través de cheque remitido postalmente a los beneficiarios. Con la pandemia y la extensión de las ayudas estatales, fueron las propias autoridades norteamericanas las que empezaron a pensar en el uso del dinero digital e incluso la creación de una moneda digital. Vieron que era más eficiente que llevar a cabo este tipo de operaciones. Los bancos no habían sido necesarios. Tampoco tenían que serlo en el futuro.
Claro está, no cabe dudar de que la maniobra de la entidad está legalmente respaldada. Seguramente, se apoye en tener oficialmente registradas una relación de comisiones y cobros muy altos. Esto permite después ofrecer una gama de precios más bajos de los mismos.
Es decir, como los hoteles o los vuelos: su lista oficial de precios es siempre más alta que los precios que cobran a la mayoría de sus clientes, a los que aplican distintos tipos de descuentos. En todo caso, es de esperar que las autoridades comprueben que estaba registrado este cobro por solicitar tu propio dinero a través de la ventanilla. Ahora bien, si estaba registrado, la pregunta se traslada al pasado ¿cómo es que se admitió la legalidad del cobro por estas operaciones?
Smart contracts en lugar de bancos
Más allá de estas comprobaciones de inspección, tal vez es el momento del movimiento de los usuarios de estas entidades. Tanto de los cuentacorrentistas y ahorradores, como de las empresas de servicios y suministros que cobran sus recibos a través de los bancos: ¿Y si, en el caso de los suministros, se cobrase diariamente, a partir del gasto diario que se llevase a cabo de, por ejemplo, electricidad o gas, a partir de contratos inteligentes que vinculasen los gastos con el pago a través de cuentas directamente gestionadas por los usuarios? ¿Para qué harían falta los bancos? Pues eso.
Tal como los hemos conocido hasta ahora, los bancos han construido su imperio sobre el dinero físico. La reinvención del dinero exige también su reinvención o su desaparición. Pero ¿es una reinvención cobrar 2 euros en la ventanilla, lo que afectará a sus clientes más vulnerables?
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