El regreso de los lenguajes perdidos de los tokens
El regreso de los lenguajes perdidos de los tokens

El regreso de los lenguajes perdidos de los tokens

La primera vez que tropecé con el término token fue en la asignatura de Antropología Social. Estaba cursando mis estudios de la licenciatura de Sociología. Se trataba de elementos simbólicos, señalando con esto que su función parecía salirse del mero marco material e instrumental, al que parecían inicialmente atadas las denominadas comunidades sin escritura. Tal significado simbólico no era siempre evidente para los estudiosos, especialmente aquellos que desarrollaban la observación. El trabajo de campo. Eso sí, se apuntaba que parecían tener un lenguaje. Se intentaba, entonces, desentrañar el código de este lenguaje que los miembros de la comunidad entendían perfectamente. Más allá del éxito de esta búsqueda del código y, por lo tanto, de la posibilidad de entendimiento de tal lenguaje, se intentaba seguir el rastro de los eslabones perdidos desde esos lenguajes, cuando no había escritura, hasta su potencial proyección en nuestras sociedades con escritura.

Los tokens

Hoy, que volvemos a hablar de tokens, tal vez se relance la búsqueda de esos eslabones perdidos. Las líneas de interpretación se han lanzado por varias esquinas. Una de las que tiene más fuerza, aquella que se dirige a interpretarlo como una especie de monedas sin acuñar. Así, conchas del mar o pequeñas piedras, hacían las veces de moneda, que se entregan a cambio de bienes. Ello a pesar de carecer de un valor económico codificado.

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Otra de las líneas relevantes, sin aparente contradicción con la anterior, atiende a que el intercambio en el que se integraban estos tokens tiene por finalidad fortalecer los lazos de relación entre los grupos que participan en ese intercambio. La circulación de tokens puede leerse así como un indicador de la salud de las relaciones sociales de la comunidad. En este caso, los tokens son abstracciones de materialidad que sirven para el intercambio y la solidaridad de la comunidad.

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De alguna manera, rastrear los eslabones que llevan desde esos tokens primitivos a nuestros actuales tokens digitales es plantear que tal vez merezca dar una vuelta a la relación entre Modernidad y Tradición. Estamos acostumbrados a pensar, desde la Modernidad, en clave de ruptura total con la Tradición. Es más, en términos más históricos, en el medievo como una época oscura de la que apenas tomó nada la luminosa Modernidad. Repito que esta es la visión dominante desde la Modernidad. Es muy posible que las cosas sucedieran como pequeños cambios, sin tanta ruptura. Pequeños cambios casi imperceptibles para los contemporáneos. Pequeños cambios que arrastraron a lo que tal vez quedaba de los primitivos tokens.

La Modernidad

El caso es que de la Modernidad parecía que habían desaparecido los tokens, salvo que se asuma que ésta es la categoría que sirve para incluir a elementos como las propias monedas acuñadas. Parece que el lenguaje contable de las monedas es muy distinto del lenguaje difuso de los tokens. Los tokens hablaban a la comunidad de la comunidad. Las monedas parecían hablar de la relación entre sujetos, en el intercambio, dentro de una sociedad que reconoce el claro código de las monedas, garantizado desde un poder, ya sea militar o civil.

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La Modernidad dejó a un lado el lenguaje de los tokens y se llenó de objetos. La Modernidad es el afán por los objetos. Desde Occidente se viajaba a Oriente, con enormes riesgos, en busca de objetos. Tal vez puede decirse que se pasa del lenguaje de los tokens al lenguaje de los objetos. Se trata de objetos que hablan. A la cabeza de todos ellos y, por eso, muy relacionando con la escritura, el libro.

El libro como el primer objeto que habla por sí mismo. Bastante antes de la llegada de la imprenta, con los libros manuscritos. Es más, el impulso hacia la invención de la imprenta tiene buena parte de su base en el gran valor que se daba a ese objeto parlante, el libro. Resulta sumamente interesante seguir de cerca el proceso en Occidente a través del cual la propia Biblia fue pasando de canal, a través del cuál Dios habla, a libro, a objeto que habla por sí mismo. El progresivo protagonismo de la autoría, de manera que inicialmente cada copista iba introduciendo sus propias huellas, tuvieron mucho que ver en esta ganancia de autonomía por parte del libro.

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Objetos que hablan

Basta fijarse en cómo en los cuadros que representaban escenas de la religión cristiana, se empezaron a llenar de libros. Por ejemplo, bastante antes de la invención de la imprenta, siglos XIII o XIV, pueden verse representaciones de la Virgen María con pequeños libros. Una presencia de libro en la representación de escenas religiosas que explotó a mediados del siglo XVI, habiendo pasado un siglo de la invención de la imprenta y con el libro reinando como objeto parlante por antonomasia.

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Desde entonces, hasta hoy, nos hemos llenado de objetos que hablan. La revolución industrial dio un fuerte impulso a este mundo de los objetos. Hasta convertirse en un problema económico, pues cómo se podía sostener una economía de fabricación de objetos, cuando la sociedad estaba llena de objetos. Se pusieron en marcha distintos dispositivos en clave de obsolescencia programada. El objeto ya no sólo hablaba, también nacía, tenía una corta vida y moría como obsoleto. De aquí otro de los problemas, el medioambiental, dada la acumulación de basura de objetos que han dejado de hablar en sociedades en continua renovación.

Los modernos

Los modernos nos reconocemos por los objetos que nos hablan. Incluso que hablan por nosotros. El arte que quería ser el menos arte de todos, el pop, encumbró la representación de nuestro mundo como mundo de objetos. Una lata de sopa de tomate, con su etiqueta, por supuesto, como representación del mundo. Un arte que pone en el centro objetos que hablan. Hasta hoy mismo. Basta tatarear la canción de Hidrogenesse en las que hablan una caja registradora o un disfraz de tigre.

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En este saturado orden social de objetos desordenados, surgen los NFT. Los tokens no fungibles. Ahora digitales y, en principio, sin la consecuencia de generar basura material. El sistema de los NFT tiene su lenguaje. El NFT Nos habla de comunidades y nos habla de quien lo posee. Incluso, en su concreción como avatar, nos habla en lugar de su poseedor. Es el lenguaje del poseedor. Se trata, si se quiere, todavía de un lenguaje que balbucea. Pero no creo que tarde mucho en erigirse una especie de Real Academia de la Lengua de los Tokens no Fungibles.

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Javier Callejo
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