¿Y si España lanzase su propia stablecoin para convivir con el euro?

Las stablecoin parecen también paradas por el coronavirus. El fulgurante año que tuvieron las stablecoin en 2019 está momentáneamente congelado. Han quedado como en una foto fija. Parón que permite reflexionar sobre las posibilidades de que un país de la UEM (Unión Económica y Monetaria) lance su propia stablecoin. La cuestión no es fácil de responder. En primer lugar, hacer experimentos en un contexto de crisis profunda no parece lo más conveniente. Pero hay veces que se acude a la única puerta que muestra una leve rendija. En especial, cuando el resto de puertas aparecen cerradas.

Las incertidumbres que rodean la posibilidad de que un país de la zona euro, como España, lance una stablecoin son grandes. Hay que reconocerlo. Pero no dejan de ser incertidumbres en una situación social y económica de enorme incertidumbre, donde parece que estamos en una habitación con una puerta en cada pared y una amenaza en cada puerta. Lo imposible puede tener las puertas abiertas cuando la realidad se incrusta en la imposibilidad de acción.

Economía amenazada

Los aún potenciales efectos económicos de la pandemia están amenazado el dólar, como moneda de referencia. Están amenazando la propia continuidad del euro, que se ha mostrado bastante disfuncional para llevar a cabo políticas económicas decididas. Están amenazando la propia globalización, al menos como se ha venido entendiendo. Incluso el dinero físico aparece amenazado, frente al dinero digital y los pagos electrónicos. He aquí uno de los puentes que puede convertir una amenaza en una oportunidad. Una oportunidad para las criptomonedas Una oportunidad para las stablecoin de país.

El pasado 15 de enero, el Banco de Francia, junto con Consensys, propuso una conferencia con el título: “Las stablecoin: ¿buena o mala solución para mejorar nuestros sistemas de pagos?». El tema está sobre la mesa. El propio país galo ha lanzado el debate de la creación de una stablecoin de ámbito europeo, abarcando la actual zona euro. La sombra en este debate de los proyectos de China es fuerte, además del impulso inicial que generó el anuncio de Libra de Facebook. El principal escollo inicial reside en la ausencia de reglamentación internacional, imprescindible para que las nuevas stablecoin puedan circular. No solo más allá de la propia frontera, sino de puertas para adentro. Si la nueva moneda no se reconoce fuera, carecerá de valor dentro del país.

Recuperar cierta soberanía

Además de la falta de reglamentación internacional, hay otros obstáculos considerables. Entre otros, supondría un reto político de consideración y no pocos riesgos económicos. La UEM supone una cesión de soberanía, que, entre otras cosas, deja relativo poco margen a los distintos países para sus políticas económicas. En especial, si se forma parte de los países más endeudados, como es el caso de España. Plantear el renacimiento de una moneda propia, aunque sea digital, es recuperación de cierta soberanía.

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Una propuesta de tal calibre, además, atacaría al corazón de la propia UEM. Pasarían a discutirse algunos principios. ¿Qué significaría ejecución de la política monetaria única por parte del Sistema Europeo de Bancos Centrales? ¿Podría conjugarse este mandato de política monetaria única con disponibilidad de otra moneda nacional-digital?

La crisis del coronavirus ha puesto a la Unión Europea contra la pared. La tensión entre los países del Sur, preferentemente Italia, España y Portugal, y, por otro lado, los países del Centro, como Holanda y Alemania, por establecer los mecanismos financieros en respuesta a las consecuencias económicas del COVID19 ha sido de órdago. Incluso varios de los dirigentes han dejado filtrar que se podía estar pensando en un adiós. En un romper la baraja. Los que menos, especialmente entre las naciones mediterráneas, han apuntado hacia el distanciamiento de las instituciones europeas, que podría producirse entre sus ciudadanos, si la respuesta no se considera suficiente.

Descontento de la población

Según los denominados Eurobarómetros, periódicas encuestas de opinión realizadas en todos los países de la UE, la valoración negativa de esta organización era importante en países como Gran Bretaña o Grecia. Seguramente no hace falta explicar las razones. Pero ya había alcanzado cotas notables de descontentos, superando la barrera del 25% de insatisfechos, en Italia y Francia en noviembre de 2018, aunque después descendió por debajo de este umbral en julio de 2019. España se encuentra entre los países con menores porcentajes de descontentos, no llegando al 15%. Países como Portugal, Polonia o Irlanda están por debajo. La fuente de la mala imagen de la UE no es la misma en países como Alemania, Dinamarca, Holanda o Finlandia. Estos países del Norte y Centro presentan registros superiores al español en esta mala imagen durante varias encuestas, que en otros, como en los del Sur.

En el Eurobarómetro y salvo para los referidos casos de británicos y griegos, las proporciones de descontentos podían considerarse todavía manejables. Sin embargo, la imagen que se está produciendo de la UE en los medios de comunicación de cada país puede empujar este registro hacia arriba considerablemente. La información tras cada reunión de los presidentes de gobierno europeo puede leerse como un retrato de desamor.

El proceso que desembocó en Brexit

El proceso se puede desencadenar si hay partidos políticos que capitalizan el rechazo a la UE. Así pasó en el Reino Unido con el proceso que desembocó en el Brexit. Al respecto, hay que señalar cómo los grandes diarios de opinión de los países en disputa  –Holanda y Alemania, por un lado; Italia y España, por el otro- se han volcado con sus respectivos dirigentes. En momentos de zozobra, parece producirse una especie de nacionalismo comunicativo, de un “todos –los nuestros- a una”. Esta perspectiva es ciega hacia la visión de las otras partes.

Como ha ocurrido durante el último decenio, el escollo principal ha estado en la deuda. Ahora, la que se genera para compensar las grandes pérdidas económicas producidas por la pandemia. Resumiendo hasta la caricatura, puede decirse que las cuestiones puestas sobre la mesa han sido: cuánto nos endeudamos, qué criterios se siguen para la distribución del dinero, y, sobre todo, quiénes han de pagar la deuda. Esta última cuestión, como las anteriores, deriva en otros puntos, como quiénes serán los países cargados con la deuda. Pueden ser todos, en forma mutualizada. Pueden ser sólo aquellos que reciben el flujo de dinero. Después, hay que establecer a qué condiciones se han de comprometer los receptores de ese dinero.

Ni que decir tiene que, tras estas discusiones, estaba la sombra de la política seguida por la UE durante la crisis económica de la Gran Recesión. La gestión de la misma ha generado grietas aún no salvadas. Por un lado, simbólicas, pues fue cuando se estableció el poco afortunado acrónimo PIGS para referirse a Portugal, Italia, Grecia y España. Por otro lado, materiales y monetarias, imponiendo unas condiciones de austeridad para devolver la deuda que hacen imposible el crecimiento económico de estos países.

La casi imposible salida del euro

La salida del Reino Unido de la UE está siendo un proceso largo y doloroso. Su resolución definitiva está todavía por ver, cuando han pasado ya casi cuatro años desde aquel 23 de junio de 2016. Si los británicos hubieran adoptado previamente el euro, entrando en la Unión Ecónomica y Monetaria Europea (UEM), las dificultades para implementar el proceso de salida se hubieran multiplicado geométricamente.

Entrar en la UE es algo relativamente difícil, pero más complicado aún es la salida, como se ha demostrado con el Brexit. Entrar en la UEM fue más un ejercicio político que económico, de tal manera que, de aquellos barros han venido muchos lodos. Se miró para otro lado a la hora de analizar los cumplimientos que hacían algunos países de las condiciones exigidas para entrar en el euro, lo que años después estalló.

La Syriza de Tsipras

Pero, además, la UEM es una institución de la que es prácticamente imposible salir. En el caso griego, los países del núcleo duro no pudieron expulsar a los helenos. Se quedaban sin la devolución de la deuda de la que eran acreedores. Ahora bien, tampoco los griegos podían marcharse, aunque quisieran. La Syriza de Tsipras llegó a plantearlo. Posición que rápidamente abandonó cuando accedió al Gobierno del país.

Buena parte de la imposibilidad de la salida tiene su fundamento en las propias deudas. En el quién y cómo se pagan las deudas contraídas, cuando están respaldadas por el Banco Central Europeo (BCE). Esta institución financiera, base de la UEM y del propio euro, es la que inyectó dinero para salvar a muchos bancos en la última crisis económica. Se buscaba evitar la quiebra de entidades financieras, que podrían arrastrar a la quiebra al conjunto del sistema, financiero y económico.

El BCE salvó a los bancos malos, lo que le generó no pocas críticas en clave moral. Pero ¿no se está convirtiendo el propio BCE en una especie de banco malo, al ir comprando la deuda pública de los países pertenecientes al euro? El BCE compra deuda pública de estos países, ya que no pueden colocarla en los mercados, dada su baja rentabilidad. Una compra de activos denominada en términos técnicos Quantitative Easing. El BCE no busca rentabilidad, sino inyectar dinero. El BCE acumula deuda y da dinero fiat.

¿Cómo salir de la UEM?

De momento, el escenario creado por el BCE se mantiene, especialmente a través de ir renovándose la deuda. También gracias a que unos países pagan intereses, aunque sean relativamente bajos. Otros países reciben tales intereses. Entre los que pagan se encuentran Italia o España. Entre los que reciben, Alemania.

Tal escenario de relativa estabilidad puede cambiar con la crisis del coronavirus. Puede pasar de casi todo. Países imposibilitados de pagar las deudas, ni tan siquiera los intereses. Decrecimiento económico en toda la zona euro. Propuestas de amortizar la deuda del BCE, para mejorar las cuentas públicas de algunos países y un largo etcétera. Así, volvemos a la pregunta ¿cómo salir de la UEM? Algún país se lo puede plantear para recobrar cierta autonomía. Pero ¿sería posible?

Es aquí donde podrían entrar en juego las stablecoin como puente entre el dinero físico y el dinero digital que investigan los bancos centrales.

Javier Callejo
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