$8.000 millones negociados en NFT en 1º trimestre, pese caída en ventas
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Los NFT como puente entre la economía de la opulencia y la economía de la escasez producida

El término NFT ha colonizado cada rincón del planeta en los últimos meses. Por supuesto, se ha convertido en el concepto protagonista del ecosistema Blockchain. Por ello, conviene una reflexión sobre algunos de sus significados. Aquellos de carácter cultural y económico. No cabe dejar pasar que el surgimiento de los NFTs se da en momentos en que la economía de la opulencia encuentra grandes obstáculos para seguir desarrollándose: ambientales, políticos, ideológicos, etc. Sin embargo, cada NFT, que, como tal, puede ser el significante de cualquier cosa, aparece convertido en el símbolo de una nueva economía, la economía de la escasez producida.

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NFT y economía

En 1958, el economista y asesor de varios presidentes demócratas norteamericanos, John Kenneth Galbraith, publicó un libro titulado La sociedad opulenta. Fundamentalmente se trataba de una reacción al empuje doctrinal liberal/neoliberal, reivindicando el papel del Estado en la configuración de una sociedad que abría la posibilidad del consumo a la mayor parte de sus componentes. Pero el título (The Affluent Society, en inglés) superó ampliamente tales intenciones. Condensó la descripción de una civilización en la que los recursos parecían infinitos, en la que, como en una especie de transformación mágica, casi todo parecía gratuito o semigratuito. Al menos, accesible en sus versiones en serie y más básicas. Incluso la idea de necesidades básicas pareció pasar a un segundo plano. No se permitiría morir de hambre a nadie. Algo inconcebible en la opulencia.

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Internet llevó la opulencia de bienes a la información y la comunicación. En parte, por eso se integró tan aceleradamente en nuestras culturas occidentales, tenía la cultura de la recepción ya formada. Con la primera web, la información se hizo infinita. Era posible acceder a cualquier información, en cualquier momento y, sobre todo en esos principios, de manera gratuita. Por lo que antes había que pagar -las informaciones de los diarios, las lecturas de los novelistas, las canciones de los músicos o las producciones cinematográficas- se conseguía gratis o cuasigratis, ya sea de forma legal, alegal o incluso fraudulenta, como pasa ocasionalmente con las copias obtenidas gratuitamente, sin permiso de autores, productores o editores. Casi todo, como venido del cielo.

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La opulencia de la comunicación

Con la Web.2, lo que explotó fue la opulencia de la comunicación. Al menos potencialmente, todos podían comunicarse con todos. Aquí, las redes sociales son las principales protagonistas de esta opulencia comunicativa.

Pero tanto la opulencia de los bienes, como la opulencia de la información y la comunicación, experimentaron desarrollos que las llevaron a ciertas paradojas y determinados límites. Entre la opulencia de bienes, la evidencia de la monopolización corporativa que hacía que tal acceso casi universal a los productos estuviera controlado por muy pocas entidades, sin apenas competencia. Algo semejante se vivió con la opulencia de la información y la comunicación, quedando su gestión en manos de muy pocas operadoras tecnológicas, de manera que se transformó en una opulencia centralizada, donde la mayor parte de los flujos de información y comunicación estaban prácticamente obligados a pasar por relativamente pocos cuellos, monopolizando los propios flujos informativos y publicitarios.

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El resultado de este proceso de la economía de la opulencia empezó a mostrar claroscuros y no todos aparecían igualmente beneficiarios. Especialmente afectados se presentaban los distintos productores directos, de bienes (pequeños productores y artesanos de productos de calidad), de información (diarios) y de comunicación (una audiencia sumergida en avalanchas de publicidad derivadas de cada mensaje que imprimían o recibían en sus redes). Se empezaba a gestar un malestar por la desvalorización de lo especial, de lo único, que no tenía lugar.

Economía de la producción de la escasez

Y, sobre todo, empezaron a verse los límites a la opulencia. Los límites ambientales, ante tanta basura y contaminación derivada de la opulencia, se dejaron ver casi desde el inicio. Los límites a la confianza en los mensajes que se reciben también empezaron a experimentarse. Cuando nada, ni ninguna institución, certificaba ya la información que circulaba. Los distintos medios y las distintas fuentes se constituyen en una especie de eco, de ecos, de ecos, que, tal vez, tuvieron un inescrutable origen en algo que alguien puso en internet. La publicidad y la propaganda saturan así los distintos sitios de internet, dejando poco sitio para la información. Las basuras informativas y comunicativas colapsan la ilusión de opulencia.

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Como intento de superación de tales paradojas y límites, empieza a moverse con dinámica aceptación una economía de la producción de escasez. Productores agrícolas y ganaderos de una producción limitada, tal vez circunscrita su distribución a un círculo local, con el que se establecen acuerdos estratégicos: tiendas locales, restaurantes locales, haciendo confluir intereses estratégicos en pos de una sostenibilidad general.

Vuelven los vinilos

Por su lado, los músicos vuelven a distribuir sus obras en vinilo. No por una especie de regresión vintage, sino para generar la escasez de sus obras, más difíciles de copiar -en forma pirata- y, sobre todo, canalizadas en un número limitado, que hace que algunos vinilos alcancen escandalosos precios de cotización dado el cruce que se da entre oferta (escasa) y demanda (extenso número de entusiastas fans).

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Los primeros, defienden la escasez y lo relativamente alto de sus precios, tanto fundándose en la calidad de sus productos, por los procesos menos estandarizados desarrollados, y por la menor contaminación que emiten, que hoy traducimos en clave de huella de carbono. Menor huella de carbono en la producción y la distribución. Entre los segundos, la escasez intensifica la relación con sus seguidores y les da sostenibilidad económica, a partir del cálculo de las unidades a vender. Si la demanda es mucho mayor, se proyectará en una mayor cotización de esas unidades y, sobre todo, mayores expectativas para los próximos lanzamientos.

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Es en esta economía de la producción de la escasez es donde cabe integrar los NFTs. Una economía que se establece sobre la lógica de lo único. Cuando técnicamente podrían producirse infinitos ejemplares de cualquier bien y, más aún, de cualquier unidad informativa o mensaje, recuperan el aura de la obra solo igual a sí misma.

Los NFT y la nueva economía de la producción de la escasez en la información

Por ello, los NFTs están llamados a ser la palanca de la nueva economía de la producción de escasez. Especialmente en el ámbito de la información, la comunicación y la industria del entretenimiento y la cultura. Aunque no solo, ya que ha de subrayarse que cualquier escasez de un bien o servicio (pescados que llegarán a una lonja, entradas para acontecimientos deportivos de gran demanda y un muy largo etcétera) puede vincularse con un NFT, lo que, a su vez, vincula a productores y consumidores en un contrato con derechos y deberes mutuos.

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A través de los NFTs, lo que se subraya es el vínculo. Dejando a un lado la cantidad. Pongamos el ejemplo de los medios de comunicación. Si los productores-anunciantes se establecen sobre esta economía de la producción de escasez, no buscarán tanto grandes cantidades de audiencia a la que llegar con sus mensajes, sino receptores ya fuertemente vinculados con el medio de comunicación.

Más allá de la audiencia y los suscriptores

Una vinculación que va más allá de los registros de audiencia. Incluso, más allá de los registros de suscriptores. No vale con el registro masivo, sino que requiere del vínculo a través de lo escaso. Casi exclusivo. De los ejemplares únicos representados como NFT, los que diferencian a los seguidores de un medio de comunicación, de los seguidores de otros medios de comunicación. La opulencia ya no está en la cantidad. Parece haberse integrado en la identidad y la identificación.

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Javier Callejo
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