Los ricos de Davos crean una aldea en el metaverso de Microsoft y Accenture
Los ricos de Davos crean una aldea en el metaverso de Microsoft y Accenture

Los ricos de Davos crean una aldea en el metaverso de Microsoft y Accenture

Mientras se celebraba este año la reunión del Foro Económico Mundial ha habido varios Davos. Tal vez muchos más; pero aquí nos interesan especialmente dos: el de las reuniones físicas para las fotografías, especialmente de los mandatarios políticos trasladados hasta allí, y el Davos del Metaverso. Dos Davos muy diferentes. El primero se diluirá pasados apenas dos o tres días, tras la publicación en los medios de comunicación de las fotografías de las reuniones. El segundo tiene vocación de permanencia en el espacio virtual. Al menos, estará ahí durante el año que separa una reunión de otra del Foro Económico Mundial en el Davos físico. La aplicación metaversiana del Davos del Foro Económico Mundial se denomina Global Collaboration Village y deja a las claras la apuesta de esta institución por el Metaverso.

Davos Metaverso Microsoft

Bien se dio cuenta hace unos años Klaus Schwab, uno de los fundadores del Foro Económico Mundial y actual presidente ejecutivo del mismo, cuando publicó un libro sobre la Cuarta Revolución Industrial, pues había que ir de algo tan efímero como las fotografías, a los serios contenidos, puestos negro sobre blanco en un libro que circularía más allá de la pequeña localidad suiza. La proliferación de fotografías de encuentros en Davos subraya el carácter instantáneo, sin más trascendencia que el propio encuentro ante cientos de cámaras. Ponía de relieve que el encuentro se consumía en el encuentro, que no iba más allá.

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Los objetos preferentes de las reuniones de Davos son aviones -privados o usados como privados y cámaras. Ahí parece agotarse la celebración de Davos. La certificación del estado del mundo se diluía en imágenes para los medios, en fotografías. A lo sumo, apoyadas por editoriales de los periódicos u otros medios de comunicación, para así justificar el envío de corresponsales al evento. Los editoriales sobre la reunión anual son pesados pie de fotografías del evento que no dicen más que «nuestro medio estuvo en Davos; nuestro medio está donde está el poder». Es cierto, estuvo allí: a los pies de las imágenes de los que se reunían.

Una extension de las reuniones presenciales

Por eso había que institucionalizarlo y salir de la intranscendencia de la instantánea. Primero, con libros, como queriendo desmentir el hecho de que lo importante no es el continente, el propio acontecimiento de las reuniones y las interacciones, sino el contenido. Con el libro se establece el simulacro de un contenido. Se produce el contenido de unas reuniones sin contenido. Pero en el libro del supuesto contenido de las reuniones se pierde la interacción.

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Con Global Collaboration Village se establece un espacio virtual para la reunión permanente, para que el estado del mundo pueda ser rehabilitado en cada segundo. Según los instigadores y diseñadores de la plataforma -Virtual Village, Microsoft y TI Accenture- esta Aldea Global de Colaboración será una extensión de las reuniones presenciales de Davos. La pretensión es que proporcione un espacio más abierto, sostenible e inclusivo. Términos tan sumamente gastados que son tópicos del must, como tomados de los primeros apartados de un manual de lo políticamente correcto. Y es que el problema de estas reuniones, así como de los canales que pongan a funcionar para mantenerlas con vida, es que carecen de contenido. Hasta de sentido. Un sentido que difícilmente van a poderle inyectar los medios, plataformas o canales que se pongan a su disposición. Un sinsentido abierto, sostenible e inclusivo. Al menos tenemos el recuerdo de las palabras de McLuhan como consuelo: el medio es el mensaje; el medio es el masaje. El Metaverso es el mensaje.

Más de 80 organizaciones

Más de ochenta organizaciones participarán en el proyecto metaversiano Global Collaboration Village, en pos de esta colaboración permanente sobre no se sabe qué. Al menos las puertas de la potencial colaboración están abiertas; además de, por supuesto, ser sostenibles e inclusivas. Tal vez nos den la oportunidad de ver cómo se reparten este espacio virtual-local-global estas organizaciones, cuáles ocuparán lugares centrales en esta localidad global virtual; y cuáles, lugares periféricos. Cuestión de poder. Pues bien, resulta que la glocalización era esto. El término acuñado hace tiempo para sintetizar entre otras cosas lo de pensar globalmente y actual localmente, se concreta en que los que actúan globalmente -grandes empresas y grandes organizaciones cosmopolitas- puedan hacer que se reúnan localmente. Antes, una vez al año. Ahora, con el metaverso de Global Collaboration Village, todos los días pueden estar conectadas.

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Global Collaboration Village promete experiencias inmersivas en su metaverso. Según nos dicen, para que todos colaboremos con la sostenibilidad, la equidad o la inclusión. Pero me temo que la inmersión, como la que hacen ahora los políticos profesionales en Davos, será para interactuar con los avatares de los ricos y empresarios del mundo. Con el proyecto, se da a las grandes empresas, con Microsoft y Accenture a la cabeza, la oportunidad de mostrar su cara más amable, la de la responsabilidad corporativa. Si la cosa funciona, la empresa que no esté puede ser acusada de estar en el lado del mal, de la insostenibilidad, de la injusticia y de la exclusión. ¡Menuda carga!. Por ello, es posible que estén, con sus bien vestidos y bien peinados avatares.

Ricos en el metaverso

¿Habría que preguntarse, antes de poner en marcha la plataforma metaversiana, por qué se reúnen los ricos anualmente? Aunque hablan de poderosos, realmente son los ricos, que, a su vez, invitan a una nómina importante de interesantes comparsas, deseosos de tomarse la fotografía con ellos. Esos ricos que han vuelto a estar en el centro del gran agujero negro del mal. Son los que tienen la culpa de todo o casi todo. De la desigualdad, por supuesto y como es obvio. Pero, también, de: la pobreza, las enfermedades, la guerra, el frío que pasamos en invierno y el calor del verano y un largo etcétera. Y cuando vienen mal dadas, como ahora, se ponen las miradas acusatorias en los ricos. Al fin y al cabo, son el chivo expiatorio de las sociedades históricas.

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En contextos de tensión, nada más fácil que acusar al rico. Así de sencillo: se opone el indigno rico con el pobre digno -y, por supuesto, vulnerable, este término más contaminante que el hundimiento de un petrolero- y se lanzan campañas en pos de la captura fiscal de los ricos, como la campaña «Tax The Rich». Da igual que las medidas que fomenten en esta captura tiendan a ser ineficaces e incluso costosas. A los verdaderamente ricos no les pillarán. Es más, se reirán de estas medidas adornándolas de sonrisas filantrópicas. Pero quien propone las medidas sabe que obtendrá el eco de los aplausos y saldrá en olor de multitud.

Hablar del futuro

El que vuelva a señalarse a los ricos, así, con este término, parece un regreso de la razón a esquemas básicos de corte religioso, simplificadores, residentes en el área septal. Por qué no decirlo, populistas. Cuando alguien habla de los ricos, veo un alumno de primer curso de populismo acelerado, despreciando el esfuerzo por el análisis de los procesos y el detalle. Se conforman con la moralista división entre malos y buenos. 

Todos se apuntan a la colleja a los ricos. En un ejercicio de vulgaridad simplificadora con pocos precedentes en países desarrollados, Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno español, o Ione Bellara, secretaria general de Podemos, divide, el mundo entre los que se están «forrando», porque son grandes empresarios, y los otros. La ultrasubvencionada organización Intermón Oxfam cuelga una lona, frente a la Embajada de Estados Unidos en Madrid, en la que se oponen los «ricos que no pagan» frente a un «nosotros que pagamos».  A las criptomonedas se las tilda de peligrosos instrumentos del diablo porque azuzan la ambición de hacerse rico de las gentes.

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De las fotografías a los avatares en interacción

Los grandes empresarios del mundo no se reúnen en Davos en busca de una comunidad protectora en la que tener cobijo local. No la necesitan. Se reúnen para hablar y, sobre todo, hablar del futuro. Tal vez, el futuro es el único contenido de la reunión. Y más que para hablar y dada la capacidad de movilización de recursos que tienen, para interactuar con el futuro. Interactúan entre ellos, para interactuar con el futuro. Por eso invitan a gente que les pueda decir cosas del futuro. Davos es el Delfos de nuestros días, exigiendo las correspondientes ofrendas. Por cierto, parece que tampoco al oráculo de Delfos podía acudir cualquiera.

Los que van a protegerse, bajo esta estela de ricos y malvados empresarios, son los gobernantes de los países. Esos que critican a los ricos en casa; pero que corren más que gacelas para hacerse fotografías con los grandes líderes empresariales. Este es buena parte del sentido de la reunión de Davos: las fotografías. Con el metaverso Global Collaboration Village, los avatares en interacción.

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Javier Callejo
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