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La muerte de John McAfee, las criptomonedas y la fiscalidad de los Estados

El pasado día 23 de junio fue encontrado el cadáver de John McAfee en su celda del Centro Penitenciario de Brians 2. Casi todos los indicios apuntan al suicidio. Pero, como el suicidio nos sigue pareciendo tan socialmente inaguantable, siempre hay dudas. El suicidio es socialmente indefinible. Su fijación está siempre llena de luces y sombras. El hecho del sucidio tal vez pueda definirse con la mayor exactitud. Es el trabajo de los forenses. Es la justificación que trazó el sociólogo clásico Emile Durkheim en la presentación de la obra, El Suicidio, que inauguró la Sociología moderna. Sin embargo, necesitó cinco páginas para definirlo. Todo suicidio lanza más sombras, que luces, a su alrededor. En el caso de McAfee, también las lanza sobre las criptomonedas y las ansiedades que crean éstas en las instituciones.

John McAfee y las criptomonedas

Tal vez pueda definirse el suicidio. Aunque sea utilizando muchas páginas. Pero su interpretación nos abre una cadena de dudas. En especial, sobre la imputación de responsabilidad sobre el mismo. Al propio suicida, concebido su comportamiento como enajenado, se le desresponsabiliza. Entonces, se buscan responsabilidades. Dicen los antropólogos sociales y los psicoanalistas, con Fornari a la cabeza, que toda muerte genera culpabilidad a su alrededor. De ahí, el luto. Estas ondas de culpabilidad se expanden con mayor fuerza con el sucidio.

Los reveladores tuits de John McAfee días antes de suicidarse en una cárcel española

Una primera onda de responsabilidad cae sobre los profesionales del centro penitenciario. Fueron incapaces de detectar signo alguno, cuando el interno estaba bajo su entera responsabilidad. Pero, si atendemos a las palabras que el propio McAfee y sus allegados han ido difundiendo en las redes sociales durante los últimos meses, cabe incluso sospechar que la onda de la responsabilidad sobre este hecho puede ser, como la sombra de los cipreses, alargada.

Residente en ninguna parte

Las crónicas sobre la figura de John McAfee nos dibujan un hombre excesivo en casi todos los ámbitos de la vida. En su talento, en sus negocios, en su vitalidad. Más un personaje, que uno de los nuestros. Pero no cabe duda de que respiraba libertad; de que es capaz de tocar nuestro inconsciente social y resultarnos atractivo porque era una incorporación de la libertad. Una libertad de toques dionisiacos. Nietzscheana. Residente en ninguna parte, que es la transgresión. Una libertad que, a la vez, es motivo de repulsa a quienes apenas disponen de un molde formal y apolíneo de este concepto.

Los medios de comunicación han recalcado que el motivo por el que se solicitaba la extradición de McAfee era el fraude al fisco norteamericano durante varios años. Una información que suena un tanto confusa. En primer lugar, porque los delitos fiscales, junto a los políticos y salvo la excepción de delitos terroristas, quedan fuera de los acuerdos de extradición. Parece más probable que el delito que servía de base a la solicitud de Estados Unidos estuviese fundamentado en otros argumentos. De hecho, cobra fuerza que fuese por fraude al incitar a la compra de criptomonedas a través de Twitter.

Delitos políticos y delitos fiscales

Al parecer, en el informe del tribunal español que facilitaba la extradición solicitada –concesión que le fue comunicada a McAfee horas antes de su muerte- se argumentaba que no existían motivos políticos o ideológicos tras la misma. Si hubiera habido sospecha de que tales motivos existían, no podía haberse concedido. Una cuestión interesante en todo esto, es el propio emparejamiento entre delitos políticos y delitos fiscales. Los delitos contra el fisco son, desde la perspectiva del Estado, los delitos políticos por antonomasia. Tal vez del mismo orden que, por ejemplo, unn magnicidio. Los delitos fiscales son los que se dirigen al centro del sostenimiento del Estado. ¡Qué mayor ejercicio de la política que un atentado a la supervivencia del Estado! El Estado no tiene solo el monopolio del uso de la violencia, como subrayó Weber, sino que, sobre todo, tiene el monopolio de la fiscalidad. Atentar al mismo se convierte en un acto político. De aquí que actúen los estados con tanta virulencia. Pero su persecución no puede utilizar la fórmula de la extradición.

Prácticamente lo mismo que hace Elon Musk en Twitter

Desde tal reflexión, el asunto de Twitter y las criptomonedas cobra especial protagonismo en el suceso. Desde luego, no parece una buena acción. Pero, como ha apuntado la viuda, Janice McAfee, es prácticamente lo mismo que hace el popular Elon Musk desde su cuenta en la misma red social, Twitter, provocando sospechosas subidas y bajadas de distintas criptomonedas. ¿Se ha investigado siquiera si tales manifestaciones en la red social pueden esconder tácticas un tanto fraudulentas, aprovechándose del capital simbólico de su emisor?

En relación con esto, es curioso como los reguladores se afanan en controlar la publicidad –institucional- de exchanges y similares sobre las criptomonedas, y dejan a un lado de su mirada controladora y punitiva estos otros canales. ¿Viven aún en el sistema de comunicación institucionalmente mediada del siglo XX? ¿Se ven incapaces de imponer restricciones a la propaganda y publicidad en las redes sociales, cuando internet en general y las redes sociales en particular se rigen fundamentalmente por la lógica comunicativa de la propaganda y la publicidad?

Los grandes poderes financieros y las criptomonedas

En uno de sus tuits, John McAfee avisaba de una supuesta contienda entre los grandes poderes financieros y el nuevo mundo de las criptomonedas: “La guerra está en marcha y yo soy un objetivo central”, decía. ¿Exceso expresivo dentro de un perfil personal de excesos? ¿brote paranoico? ¿reacción defensiva para impulsar el rechazo a la solicitud de extradición?

La frase de McAfee tiene dos partes. Una segunda en la que se sitúa como objetivo. Esta queda como material para los forenses. Está en la parte de las sombras. Y una primera en la que se señala una guerra contra las criptomonedas. Aquí tal vez puedan encontrarse luces, por decirlo de alguna manera.

Es manifiesta la enconada e incluso violenta actuación reciente de los Estados contra las criptomonedas. Hay una embestida general que, si bien tiene a China a la cabeza, muchos otros Estados no quieren quedarse rezagados. Las alzas en la cotización de las criptomonedas, durante los meses anteriores, y un cada vez más seguro horizonte de inflación, en el que las monedas fiat pueden mostrar su baja estabilidad, han puesto en estado de alarma contra las criptomonedas a los propios Estados. Por otro lado, la cuestión fiscal está en el centro del debate sobre las criptomonedas.  

Guerra contra las criptomonedas

Una actuación estatal que se parece bastante a una guerra contra las criptomonedas. Una guerra que también está aquí, en España. Una guerra que utiliza la radio pública, para emitir cortes subrayando la oscuridad de las criptomonedas. Se diseñan estrategias cuasibélicas, como la de redactar normas destinadas a controlar los exchanges hasta ahogarlos y hacerlos económicamente inviables. Tácticas que impondrán impuestos sobre el uso de las criptomonedas, hasta reducir su potencial rentabilidad para los usuarios a cero. Paradójicamente, como ocurre con el tabaco o las gasolinas, por la vía fiscal puede ser el Estado el principal beneficiario de lo que ve con malos ojos. El arte de la guerra consistente en aprovecharse de la fuerza del enemigo.

Descansa en paz John McAfee

La historia de la innovación recordará a McAfee por ser el primero que pensó en un antivirus. Tal vez lo recuerde la historia política, al llamar por su nombre a cómo los Estados están tratando las criptomonedas. Descansa en paz John McAfee.

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Javier Callejo
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