Blockchain, cuarta revolución industrial, rentabilidad social, gubernamentalidad y productividad

Desde que Klaus Schwab bautizó con el título de su texto una tendencia que agrupa un conjunto de innovaciones técnicas –robótica, inteligencia artificial, internet de las cosas, big data o blockchain– la cuarta revolución industrial ha tomado cuerpo, asumiendo la necesidad de que informe el conjunto de las políticas públicas.

Con este concepto se asume un salto de calidad e intensidad de la productividad, de aquí la denominación de revolución, al igual que se dio en las anteriores revoluciones industriales que vinieron con la máquina de vapor, la electricidad o el petróleo. La lógica común de esta nueva revolución industrial es la automatización, pero ya no la automatización de los movimientos físico-mecánicos –no es la automatización de las máquinas- sino la automatización de la intepretación de los comportamientos de las poblaciones y los objetos.

Algo que afectará principalmente más a lo que, por el momento, llamamos sector terciario o de servicios, que al sector propiamente industrial. De hecho, puede considerarse este proceso como una especie de industrialización del sector terciario, aumentando su productividad.

Caída del 10,5 por ciento de la productividad

Ese crecimiento de la productividad derivada de la implementación de aspectos como la inteligencia artificial o la robotización, puede –y debe- ser una oportunidad para un país como España, debido, por un lado, al gran peso que tienen los servicios en nuestra estructura productiva; y, por otro, a que tal tejido está formado. de una manera claramente diferencial con respecto a nuestro entorno cultural y económico, por pequeñas empresas y microempresas. Además, se dispone de unos recursos humanos bien formados, un desarrollo digital más que relevante y una notable conectividad.

No puede negarse que la inmersión en esta cuarta revolución industrial tendrá inicialmente efectos en clave de pérdida de empleos, especialmente de aquellos que requieren cualificaciones poco ajustadas a esta nueva realidad productiva. Como casi toda innovación, tiene externalidades. Dada la envergadura de la que protagoniza este escrito, habrá perdedores. Pero no podemos perder todos.

En nuestro país nos hace falta el aumento de productividad como el comer. La productividad española es extraña, pues baja en las fases expansivas y sube en las crisis, y, sobre todo se encuentra estancada. El último año, 2018, registró una continua caída de la productividad, y ha caído un 10,5% desde 1995, cuando lo que había que esperar es que creciera, como ocurre en la mayor parte de los países desarrollados y que quieren tener futuro. En buena parte, esto es debido a que nuestro tejido productivo no introduce las innovaciones tecnológicas, cosa que hacen las empresas de otros países cuando tienen recursos. Es decir, cuando crecen.

Sostenibilidad del estado de bienestar

Revertir la tendencia de la productividad se convierte en la infraestructura mínima para la sostenibilidad del estado del bienestar y, en definitiva, de la democracia. Así, nuestra envejecida estructura demográfica, por la que cada vez más población no activa depende de menos ocupados, pone en peligro uno de los pilares de ese estado del bienestar, como son las pensiones, que van a suponer la mayor carga sobre la deuda pública hasta, al menos, 2048. Pues bien, tal tendencia puede compensarse si los ocupados son más productivos, cuestión que está en el seno de la cuarta revolución industrial. La productividad ha sido secularmente la encargada de protegernos de las amenazas de raíz malthusiana.

Blockchain y productividad

Blockchain ocupa un lugar central en esta cuarta revolución industrial. Solo dos reflexiones al respecto. La primera es un toque de atención para que los gobernantes de este país, sobre todo aquellos que finalmente resulten de la legislatura recién comenzada, se tomen en serio esta tecnología.

La segunda reflexión tiene un receptor más general o, si se quiere, difuso. Y es que ya es hora de que Blockchain se relacione con productividad, con rentabilidad social y gobernanza, incluso –y siento quedarme solo en nombrarlo- con gubernamentalidad, un término fundamental en la obra del filósofo Michel Foucault y que puede relacionarse con el conflicto y el contrato social.

Ya es hora de que deje de estar vinculada casi exclusivamente a criptomonedas, deep web, especulación financiera o fraude fiscal, cuando su instrumentación en la persecución del fraude fiscal tiene una potencialidad enorme. Ni siquiera, que siga míticamente encerrada como el resultado de un grupo de aventureros que tuvieron una luminosa idea hace diez años.

Javier Callejo
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